Tras la noticia del deceso del ex presidente Sudafricano, Nelson Mandela, el pasado jueves 5 de Diciembre, a la edad de 95 años, la comunidad mundial quedo conmovida, impactada por un suceso que aunque se veía venir no fue asimilado sino hasta poco después de dada la noticia que ponía termino a una carrera de calvarios y glorias de un peregrinar modesto que anunciaba el descanso eterno de su alma.
Mandela, fue un líder de dimensión global, que sin proponérselo alcanzo a trascender más allá de las fronteras de su patria, elevándose en sí mismo hasta lograr el reconocimiento de toda la humanidad, que no tuvo reparos en las diferencias de lengua, clase, religión, ideología, credo, raza o color, para con voz entrecortada y mirada acongojada, elevar una plegaria a los cielos en reconocimiento a uno de los más puros seres humanos paridos de las entrañas del suelo africano.
Madiba, como se le llamó y será llamado siempre por su pueblo, iluminó el camino para que su áfrica, dividida por una marcada diferencia racial, conociera el rumbo hacia la reconciliación entre hermanos, logrando con su ejemplo que otras naciones siguieran sus pasos e iniciaran un proceso hacia la convivencia armónica de sus pueblos.
Pero el mayor legado heredado a la humanidad por Mandela, ha sido el ejemplo de desprendimiento personal que enseño durante toda su vida y que ha de servir de modelo a las clases políticas y sociales del mundo, a quienes les deja su más preciada y valiosa prenda, bordada en los lienzos del sacrificio personal y teñida con la sangre y el sudor de poco más de 27 años de prisión que mancillaron su carne, pero nunca pudieron doblegaron su honor y mucho menos su voluntad férrea e incansable por lograr el sueño de ver su patria libre del yugo de la desigualdad social y la opresión descarnada de un régimen político amparado en el sectarismo racial.
Hoy el mundo llora su partida, los líderes de las principales naciones se postran ante la grandeza de aquel ser humano, que ha logrado con su impronta el reconocimiento en nosotros mismos sobre qué tan poco hemos hecho por nuestros pueblos, y cuanto falta por hacer por nuestros propios hermanos.
Dejando una enseñanza fundamental y particularmente a la clase política, sobre todo a aquella aferrada al poder como patrimonio personal, en la cual nos enseña que la grandeza del ser humano radica en su vocación más que en el poder emanado de las posiciones protocolares o burocráticas de los cargos. Sin los cuales, se puede unir a toda la humanidad en torno a principios y valores que pesan más y son de mayor relevancia a la hora de juzgar nuestras acciones que una simple posición en el estado.
Mandela se nos ha marchado, pero el reflejo de su mirada lejos, registrada en aquella foto de prisión, y la sonrisa de sus labios al pronunciar aquel memorable discurso de reconciliación, quedarán impregnadas en los corazones de todos y cada uno de los que como él, albergamos la esperanza de que en nuestra amada América, algún día otro Mandela nacerá.
