Desde lo alto de la torre Skylon se obtiene una vista impresionante de esa maravilla natural que son las cataratas del Niágara, inmensas caídas de agua entre las fronteras de Estados Unidos y Canadá, donde el lago Erie drena su caudal en el lago Ontario.
Las menos vistosas cataratas del lado estadounidense no se comparan con la Catarata de la Herradura del lado canadiense, la más famosa por su forma, la cual se diría que fue cincelada a mano para asombrar a los visitantes.
El puente de observación de la Skylon, situado a 160 metros sobre el nivel de la calle y a 236 metros sobre el cauce del río Niágara, permite apreciar de conjunto este sitio turístico, uno de los más visitados de América del Norte.
A Niagara Falls, como se lo conoce en inglés, se llega en un viaje de 120 kilómetros desde Toronto, la gran urbe industrial canadiense, después de recorrer la distancia a través de la transitada autopista Queen Elizabeth Way, bautizada así en recuerdo de la soberana británica.
Pero esto es solo un anticipo de lo que significa acercarse al borde del parapeto que protege a los visitantes de una accidental caída en el formidable torrente líquido, donde uno es recibido por el rugido atronador del agua al caer desde 53 metros de altura a razón de 110 mil metros cúbicos por minuto.
El ancho de la cascada, entre una punta y otra de la Herradura, es de 790 metros, lo cual provoca una inmensa nube neblinosa que en la mayoría del días se eleva muy por encima del salto de agua en un espectáculo de soberbia belleza.
Cada año, pero sobre todo en verano, este lugar es visitado por unos 30 millones de turistas de la región, lo que indica la popularidad del espectáculo natural, menos lejano que las también extraordinarias caídas de agua de Iguazú, en la frontera argentino-brasileña, y las de Victoria, en el límite de Zimbabwe-Zambia.
LA ERA DEL HIELO
Al final de la última glaciación, hace alrededor de 10 mil años, cuando los hielos comenzaron a derretirse para dejar al descubierto lo que había debajo, se formaron las aguas de los Grandes Lagos de Norteamérica: Michigan, Superior, Hurón, Erie y Ontario, que en la actualidad se derraman en el río San Lorenzo, el cual llega al océano Atlántico después de recorrer mil 197 kilómetros de territorio canadiense.
Pero antes de llegar al lago Ontario, las corrientes formadas por el deshielo abrieron un paso desde el Erie a través de las elevaciones que caracterizan la región, creando así las famosas cataratas.
El inmenso torrente, con su fuerza abrumadora, continua erosionando el lecho del río Niágara y haciendo retroceder poco a poco las cataratas, las cuales, según se calcula, llegarán a desaparecer, debido a este fenómeno, en los próximos 50 mil años.
En marzo de 1848, al final de un invierno muy riguroso el flujo de las cataratas se detuvo, algo que se consideraba insólito. El hielo bloqueó la corriente durante casi dos días completos, y la falta de fluido eléctrico provocó que las fábricas de la región dejaran de funcionar. Los intereses comerciales y económicos han cambiado el paisaje en torno.
a Niagara Falls debido a la construcción de grandes edificios, sobre todo hoteles, en el área circundante. No sólo ha variado el paisaje, sino que algunos especialistas en medio ambiente argumentan que se ha modificado el flujo del aire sobre las cascadas, con un incremento de los días neblinosos en los que la visibilidad resultada muy disminuida.
EL TORRENTE COMO DESAFIO
La existencia de las cataratas ha sido como un desafío para los amantes de la adrenalina al ejecutar actos peligrosísimos. El primero de ellos fue escenificado por Annie Edson Taylor, quien con 63 años, en el 1901, se lanzó en un barril desde lo alto de la cascada y sobrevivió.
Otras muchas personas y un gato fueron protagonistas de la misma proeza.
El gato salió sano y salvo, al parecer recurriendo a cierto número de sus vidas, asi como varias de esas personas, pero otras se ahogaron o sufrieron serias heridas. Todo ello a pesar de que a ambos lados de la frontera es ilegal lanzarse desde la cascada.
De cualquier manera los saltos del Niágara siempre impactaron la imaginación de los visitantes, para muchos de los cuales el conquistarlas se convertía en un reto.
Esto fue así desde que en 1604 el explorador francés Samuel de Chaplain, en los comienzos de la colonización europea del este de Canadá dejara constancia en su diario de viaje al calificar las cataratas de espectaculares, al igual que lo hicieron otros exploradores, como el reverendo jesuita Paul Ragueneau -quien habría estado allí a fines del siglo XVI-, el misionero belga Louis Hennepin en 1677 y el naturalista sueco Pehr Kalm en el siglo XVIII, que hizo la primera descripción científica del lugar.
Uno de los visitantes marcado profundamente por el espectáculo natural fue el cubano José María Heredia (1803-1839), quien estuvo en las cataratas a principios del siglo XIX durante su exilio en Estados Unidos.
Su Oda al Niágara ha perdurado durante casi dos siglos y una tarja en alto relieve, colocada en el parapeto de la catarata del lado canadiense, se encarga de recordar a las sucesivas generaciones la obra del poeta y patriota cubano y el texto íntegro del poema, que reza en uno de sus fragmentos:
Torrente prodigioso, calma, calla/ tu trueno aterrador; disipa un tanto/ las tinieblas que en torno te circundan;/ déjame contemplar tu faz serena/ y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
* Periodista de la Redacción de Servicios Especiales de Prensa Latina.
