La pregunta de por sí, parece necia. Casi todos los días los titulares de los diarios dominicanos sólo reflejan los desmanes de semejante lacra. No sólo a nivel de barrios, pueblos, ciudades y el país. Sino también a ras de individuos, ciudadanos y funcionarios. Peor aún, cuando emana del mismo gobierno, esa superestructura ahora bajo control morado, con pretensiones absolutistas.
Mientras en Roma, el Papa pone su cargo a disposición de otros tras admitir realidades insoslayables como la edad, la hipocresía y la división en el seno de la Iglesia; en la media isla el ex presidente Hipólito Mejía expresa con vehemencia su firme convicción y voluntad de desprendimiento personal, en beneficio del diálogo y de la reconciliación en el PRD, la paz y el sosiego de la nación.
En tanto, el exgobernante Leonel Fernández predica a los cuatro vientos su aberrante y genética devoción por el continuismo y la impunidad, y evade con evidente temor la rendición de cuentas al ser señalado como responsable de un fraude fiscal sin precedentes en la historia del país, al anunciar su ingreso en ese estercolero que se llama Parlacen.
Para nadie ya es un secreto que los escándalos de corrupción se suceden unos tras otros en la República Dominicana. Es algo ya aceptado con una naturalidad que espanta. Con la anuencia de los jefes de turno. Ayer fue la Sunland. Hoy es Bahía de los Buitres. Mañana, ¿qué será? La corrupción lo permea casi todo: familias, empresas, justicia, funcionarios, iglesias, periodistas, militares e instituciones.
¿Hasta qué grado de envilecimiento puede ser llevado un pueblo? ¿Cuánto y hasta dónde se puede resistir cuando la virtud es ultrajada por la ambición desmedida y la corrupción sin límites? ¿Por qué se trafica con la verdad de los hechos, envueltos en una sombra de silencio y desinformación, y se evade llamar las cosas por su nombre cuando se denuncia la maldad y la corrupción que corroen el quehacer nacional?
Para quienes tenemos fe en la democracia, siempre se guarda la esperanza de que en un átomo benigno de algún funcionario, responsable, director, líder, presidente, sacerdote o referente político, social, económico o religioso, la luz ilumine así sea por algún segundo de destello, y la oscuridad ceda terreno a la sensatez y al sentido común por el bien de todos. Se puede acabar con la corrupción cuando hay voluntad para hacerlo.
El mundo está dando señales de cambio. Los meteoritos ya comienzan a impactar la superficie del planeta, y muchos altares y utopías sacrosantos se están cayendo. Ya es tiempo de que la corrupción y la violencia mental, física y verbal cesen. De lo contrario, lo que no se corrija hoy de buena fe, mañana se pagará con llanto y crujir de dientes. Los corruptos y los responsables de la corrupción del cuerpo y del alma, más temprano que tarde, tendrán que pagar y dar cuenta por sus hechos…