La debilidad humana (23)
Diálogo imaginario con el sacerdote Juan Luis Lorda
Néstor: El filósofo Zenón de Citio disertaba acerca del Deber, puntualizaba como indispensable la Apatía: una fuerza de la voluntad que no permite que los sentimientos dominen al ser humano. Usted se refiere a la templanza-coraje-valentía, y es evidente, la debilidad persiste. En sí, es una imperfección de la naturaleza humana?
Lorda: La debilidad humana resulta no ser una herida tan superficial como puede parecer en un primer momento. Es una brecha que desciende mucho más debajo de lo que se puede ver a simple vista: llega hasta lo más profundo: se puede decir que el hombre es un ser íntimamente dañado. Las reparaciones superficiales saltan como salta la pintura que disimula una grieta. Hay una incoherencia misteriosa que brota de lo más hondo, y que hace que ningún hombre sea como debería ser.
Esa brecha se acrecienta con los fallos y claudicaciones, y se repara con ese régimen deportivo de vida del que hemos hablado. Pero el problema no se soluciona con unas pocas recetas; la brecha no se repara con un tratamiento superficial. La incoherencia permanece por debajo y de frutos amargos en la vida humana.
Es un efecto desconcertante del desorden íntimo. Ningún hombre la querría y todos la llevamos dentro. Hay en nosotros algo que no acaba de funcionar: tenemos una excesiva facilidad para engañarnos en lo que afecta a nuestro egoísmo: los bienes primarios y nuestras aficiones tienen una resonancia excesiva en nuestro interior, nos arrastran demasiado, no acabamos nunca de erradicar esa pereza que protesta y huye del cumplimiento del deber. El desorden brota con la tozudez de una mala yerba cuya raíz no ha sido posible arrancar del todo.
Néstor: ¿Por qué realmente no somos como tendríamos que ser?
Lorda: La mente no consigue explicarse porque somos tan distintos de cómo debemos ser:
Le parece que todo es cuestión de pensar y tomar decisiones. Pero la experiencia personal y colectiva demuestra que no. Hay algo más.
La razón nunca se impone con perfección, ni en la vida personal ni en la social, ni en la historia de los pueblos. No es solo una cuestión de conocimientos y de educación, como han definido los ilustrados de los dos últimos siglos. Hay más. La razón ilustrada no ha logrado hacer desaparecer de la tierra, ni siquiera de los países más avanzados, las huellas del absurdo. Nuestra época ha conocido atrocidades que no encuentran comparación en toda la historia, ni por el número de personas afectadas, ni por su intensidad. Eso a pesar de innegables progresos en diversos aspectos de la cultura, la ciencia, la técnica y la economía. ¿Por qué la civilización y la cultura no consiguen arrancar las malas raíces del desorden humano?
Algo no va, algo está roto dentro de nosotros. Hay una quiebra interior que no acaba de repararse y que tiene efectos individuales, colectivos y culturales. Con la razón solo podemos señalar esa extraña persistencia del absurdo, pero no somos, capaces de resolverla. Continuaremos.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.
