Drama de un niño “explotado”

 
Al pequeño Antonio Suárez  lo trasladaron  a la capital desde Las Matas de Farfán, San Juan de la Maguana, a fin de  integrarlo a una familia  donde tendría cubiertas sus necesidades de alojamiento, alimentación, educación y  vestimenta.  A cambio, el menor que para ese entonces tenía 12 años, ayudaría en los quehaceres domésticos.
 
Anteriormente,  vivía junto a cuatro hermanos y su madre, la que  decidió entregarlo  a una familia con la esperanza de un mejor futuro,  pues siendo el mayor debía ocupar la función del padre y ayudar a su progenitora en la manutención de los demás en la casa.
 
La mamá nunca imaginó que su vástago sería expuesto a responsabilidades  que regularmente no pueden tener niños a esa edad.
 
Aunque lo inscribieron en la escuela, los trabajos de la vivienda le tomaban mucho tiempo y no había espacio para realizar las tareas,  situación por la cual  no le daba deseo de asistir al centro,  narra Suárez, hoy de 24 años.
 
“Me tocaba hacer todos los oficios  del  domicilio; no disfrutaba días libres y aunque me los concedieran optaba por quedarme,  pues no  tenía a quien visitar, ni a donde ir”, comenta el joven, con los ojos  humedecidos al contar su historia.
 
En esa casa  duró seis años, después pasó a vivir con un primo que contactó y hoy pagan juntos una humilde pieza  alquilada. Tiene un trabajo estable y  espera poder seguir superándose y  tener su propia casa.
 
Miradas indiferentes
 
El trabajo infantil doméstico en hogares de terceros es una de las principales manifestaciones de la explotación laboral a menores. En la República Dominicana su práctica se asocia a una concepción cultural de parientes  de escasos recursos, que entregan al menor mayormente a un familiar o conocido y a cambio reciben  alimentación, vestimenta, educación, y una cantidad mínima como salario.
 
El estudio sobre el tema  arroja  que esta práctica está muy lejos de ser un camino hacia una mejor vida; por el contrario,  se caracteriza por condiciones de explotación, peligros y  carga de responsabilidades  que no corresponden a la edad de  los críos.
 
El Código de Trabajo del país  prohíbe el empleo  a menores de 16 años y señala que estos  deben tener prolongados descanso de 12 horas, con jornadas laborales no superiores a seis.
 
De acuerdo al estudio Enhogar, publicado en diciembre de 2011, esa tendencia debe ser objeto de atención, ya que  de acuerdo a las normas de Educación, a esa edad los adolescentes deberían estar terminando la primaria y si laboran, sus posibilidades de alcanzar esa meta son mínimas.
 
La utilización de pequeños en  responsabilidades domésticas  es una práctica que viola directamente los derechos de la niñez. Ésta se incrementa y organiza muchas veces frente a las miradas indiferentes de las propias autoridades.
 
En esta modalidad se esconde una peligrosa forma de explotación infantil que, en algunos casos, tutores ejercen de manera inconsciente, pues en ciertas situaciones la familia que alberga considera que da un buen trato con suministrarle techo y comida, aunque descuide sus demás necesidades.
 
El trabajo doméstico se considera riesgoso e insalubre porque el menor  es  expuesto  al uso de artefactos que podrían dañarlo, como una plancha o una estufa, que le  producirían quemaduras.
 
Otra particularidad de esta práctica  es a través de la frontera entre República Dominicana y Haití, donde se trafica con menores  haitianos/as para fines de explotación laboral.
 
El tráfico ilegal es organizado a través de redes en países. Se estima que anualmente dos mil niños, niñas y adolescentes, víctimas de la trata, cruzan la frontera con el consentimiento de sus padres y/o madres. Al llegar al país  viven en condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad.
 
Los infantes  afectados por esta industria  se dedican a los cultivos agrícolas, “buzos” en los vertederos de basuras, trabajo doméstico en hogares de terceros, entre otros.
El  psicólogo Wilfredo Mora, al opinar sobre el tema,  expone que no es sano para los pequeños apartarse de su hogar para cumplir funciones de adultos. Afirma, además, que ese escenario provoca que salgan  de sus roles y se les priva de la libertad de estudiar,  jugar y hacer cosas propias de su edad:
 
“Crecen con pocos proyectos de vida, porque lo que aprenden es a limpiar y lavar. Se les dificulta encontrar otro trabajo, tienen limitada su capacidad de progresar porque no se prepararon”, concluye el experto.
 
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), estima que en el país unos 48,700 menores  realizan labores domésticas. De todas las  niñas y niños ocupados en la producción económica, el 56% (212,000) realiza actividades perjudiciales para su integridad y otras estadísticas revelan que 304,000  de 5 a 17 años trabajan, lo que equivale al 12% de la población.
 
La historia que encabeza estas líneas sigue repitiéndose al cabo de los años, y lamentablemente, aun cuando Antonio Suárez  sufrió el desgarro familiar en su pueblo natal, Las Matas de Farfán, y otras privaciones, pudo enfrentar lo que otros menores en esas circunstancias  no siempre tienen la suerte y capacidad de  superar y que, definitivamente, cambian el rumbo de sus tristes vidas.
 

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