Afirma el historiador cubanoamericano Lois A. Pérez, Jr., en su libro Ser Cubano. Identidad, nacionalidad y cultura, que a finales de la década de 1940 y a principios de de 1950 “el mambo se apoderó de la imaginación norteamericana”.
El nuevo ritmo, junto a la danza que lo acompañaba, contagió a los norteños y fue parte del boom de la música latina en los centros nocturnos estadounidenses por aquellas décadas.
El mambo nació en Cuba; se dice que sus orígenes fueron indistintamente atribuidos a los hermanos Oreste López e Israel Cachao López, o a Antonio Arcaño y Arsenio Rodríguez, pero sin lugar a dudas este género de la música popular cobró gran difusión internacional a partir de los arreglos del pianista cubano Dámaso Pérez Prado, conocido mundialmente como El Rey del Mambo.
La fórmula utilizada por Pérez Prado captó la atención de los foráneos a partir del empleo del formato orquestal. Similar al tratamiento adoptado para la rumba y la conga por Xavi Cugart y Desi Arnaz, anteriormente; la concepción del “hombre espectáculo” caracterizó cada una de sus presentaciones. Al contagioso ritmo de la banda de Pérez Prado se sumaba el goce de este en la escena, a través de movimientos extravagantes, saltos y patadas que causaban la euforia de la afición.
No pocos especialistas aseguran que Pérez Prado fue quizá el primero de su origen en alcanzar grandes audiencias no latinas. Entre sus composiciones más conocidas se encuentran Qué rico el mambo y Mambo N.º 5.
El mambo rápidamente logró una enorme popularidad e influencia en los Estados Unidos. En el año 1951, Pérez Prado, junto a su agrupación, inició una gira por California y posteriormente por toda la nación. Su impacto fue tal que la banda llegó a catalogarse como “la orquesta de jazz con más swing del país”.
Asegura el autor de Ser Cubano… que en Los Ángeles acudieron a su presentación en la sala de bailes Zena Ballroom 2500 personas, “la mayor audiencia nunca vista”, según la publicación local Down Beat. Dos semanas después, en San Francisco, alrededor de 3500 personas asistirían al Sweet’s Ballroom. Acerca del impacto en ciudades como Chicago y Nueva York, la revista Variety reseñó: “La fiebre del mambo capturó la ciudad de los vientos”. Y de forma similar: “New York está comenzando a menearse de las caderas para abajo en la medida en que la fiebre del mambo continúa extendiéndose sobre la ciudad”.
A la par, otros músicos latinos como Tito Puente, Tito Rodríguez y Frank Grillo (Machito) se sumaban a esta suerte de mambomanía. La demanda hizo que se convirtiera en pieza principal en los clubes nocturnos y en los salones de bailes estadounidenses. Las escuelas de danza comenzaron a brindar lecciones de mambo entre sus ofertas y también alcanzó más difusión sonora en los programas radiales.
La palabra mambo se convirtió en el término de moda. Salones de baile cambiarían su nombre para estar a tono con el nuevo ritmo; así, por ejemplo, el Encore Room de Chicago pasó a llamarse Mambo City. Entre los inaugurados durante esta época se encontraba el Mambo Club de New York. De forma paralela, el Hatford Statler ofrecía al público un programa de danza semanal llamado Mambo en el Statler; el Carnegie Hall presentaba el lujoso show en el escenario llamado Mambo Jambo Revue; mientras que el Savoir Ballroom y el Teatro Apollo declararon los lunes como Mambo Nights.
Varias orquestas de música bailable retitularon sus nombres, como Carlos Molina y sus Mambo Men, la Charlie Valero Mambo Band, el Peacok Mambo Combo y el Modern Mambo Quintet, dirigida por Carl Tjader.
Discos sobre música popular con títulos de mambos alcanzaron los primeros escaños. Las ventas de fonogramas que contenían la nueva sonoridad se dispararon alcanzando los 5 millones de dólares. En 1954, la compañía RCA Vítor limitó la puesta en circulación de discos sencillos semanales exclusivamente a mambos.
El influjo de este ritmo también se hizo ver en la gran pantalla, cuando en 1955 la Paramount estrenó la película Mambo, protagonizada por Silvana Mangano y Shelly Winters.
Dámaso Pérez Prado permaneció en Estados Unidos hasta 1964, momento en que regresó a México, ciudad que lo acogió hasta su muerte en 1989. Su paso por el país norteño lo consolidó como un sello indiscutible de la música latina.
La trascendencia del género musical del mambo fue tal, que sirvió de pauta al surgimiento y desarrollo del chachachá, así como también de la música surgida a finales de la década de los 50 y conocida posteriormente, a finales de los años 70 y principio de los 80, como salsa.
