Nadie que haya vivido en la Primada (de cuyo abolengo sólo queda ese blasón) habrá adquirido identidad capitaleña si no ha estado alguna vez en la dulcería de María la Turca, donde nunca ha cambiado el frio-frio, ni el jalao; si no se ha bajado un completo en la Barra Payán, que abrió en el 52 y nunca ha cerrado sus puertas (pese a asonada y revoluciones) y, por supuesto, si no ha tertuliado en la cafetería del Parque Colón, que desde Nicolás de Ovando hasta Radhamés Gómez Pepín, siempre ha tenido un pontífice dominguero.
