Camagüey, Cuba.- La procesión del Santo Sepulcro, cada Semana Santa desde los años 1700, devino espectáculo cultural en Camagüey, donde continúa motivando a creyentes o no por su impresionante belleza y majestuosidad.
Nacida de una de las más conmovedoras leyendas arraigadas en la otrora villa de Santa María del Puerto del Príncipe, distante de La Habana 550 kilómetros al Este, la mayor joya de plata pura, única en Cuba y que guarda aquí el templo católico de Nuestra Señora de la Merced, trascendió al rico y vasto patrimonio de esta ciudad, muy cercana al medio milenio.
Acentuada su belleza por el tintineo de sus innumerables campanillas, la reliquia religiosa es considerada de las más valiosas de la América colonial hispana.
Mucho se ha escrito acerca de los motivos que tuvo Fray Manuel de la Virgen y Agüero para ordenar, a su costa, la construcción de esta joya, para lo cual hizo venir de México al artífice Juan Benítez Alfonso, quien fundió 25 mil pesos en monedas de plata, para obtener el Santo Sepulcro, donadas por el propio fraile.
El relato más popular conservado en el recuerdo de celebración litúrgica tiene que ver con un siniestro crimen, al que se le confirió la virtud de llevar a un padre desgraciado a un grado extraordinario de santidad.
Según la historia, el rico hacendado Don Manuel Agüero y Ortega crio en su casa como a hijo propio al de una viuda que servía a su familia. El mayor de los descendientes de Agüero, José Manuel, acogió como hermano al huérfano y juntos fueron enviados a La Habana a estudiar leyes.
En la capital, ambos jóvenes amaron con pasión a la misma mujer, la cual, se supone, prefirió al rico heredero.
Lleno de resentimiento, el huérfano, de apellido Moya, dio muerte un día a su hermano de crianza, en un incidente que no ha podido aclararse a través de los siglos, por lo que queda la incógnita acerca de si fue en un duelo o en una celada nocturna.
En el momento del trágico suceso ya Don Manuel, nacido en 1737, había ingresado a la carrera eclesiástica, debido al dolor que le causó el fallecimiento de su esposa Doña Catalina Bringas, aunque residía en su hogar y continuaba encargado de la educación de sus hijos.
Después que el propio Moya, lleno de remordimientos, y su madre, le revelaron el crimen, Don Manuel decidió ingresar en la Orden Mercedaria, dotando más tarde al convento de La Merced del Santo Sepulcro.
Cuentan que al conocer los hechos el sacerdote y benefactor entregó a la mujer dinero y un corcel para que Moya desapareciera y nunca más lo encontraran. Refieren que el joven viajó a México y nunca más se supo de él.
Por llevar el párroco el nombre de Manuel de la Virgen, a sus sucesores se les dio el mote popular de «nietos de la Virgen». Don Manuel Agüero y Ortega fue alcalde ordinario de Puerto Príncipe en 1741 y ejemplo de ciudadano.
Además fungió en la villa como Capitán de Milicias y Sargento Mayor de la plaza con vivienda en la Calle Mayor, muy próxima a la Plaza de la Merced, lugar donde residía junto a su esposa. Los padres de esta hicieron edificar un templo dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre en 1734.
Se afirma que el artesano mexicano debió también crear unas andas de plata para la Virgen de los Dolores, el altar mayor del templo La Merced, con su manifestador y sagrario, y varias lámparas monumentales con cadenas del mismo metal.
El patio del convento e iglesia de Nuestra Señora de la Merced (siglo XVI), considerado uno de los edificios religiosos más hermosos del país, sirvió de taller al artista para fundir las mencionadas piezas.
Sobre los hombros de feligreses, el Santo Sepulcro ha recorrido importantes espacios de Camagüey en la última semana de la celebración litúrgica.
Portentoso por su belleza hizo recordar además, a su paso, la legendaria leyenda de la «Ciudad de las Iglesias», apelativo conferido y ampliamente difundido en la isla por la cantidad de estos templos de la religión católica que la antigua villa posee.
