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Elegía a Príncipe

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Amigo lector, no se si usted tiene o han tenido una mascota. Las mascotas se transforman en una especie de extensión del amor que les prodigamos a nuestros hijos e hijas.
 
Las amamos intensamente, las cuidamos tanto que pasan a ser parte de la familia. Le buscamos la comida, nos preocupamos por sus vacunas, nos duele verlas sufrir, nos desvelamos por ellas.
 
Y cuando un perro o un gato que es la mascota de nuestra casa mueren, también muere una buena parte de nosotros.
 
Eso es lo que yo estoy viviendo en estos momentos, pues el pasado jueves mi gato Príncipe murió de un infarto. Perdónenme que no este escribiendo de los errores de Hipólito Mejía al decir que no va a pagar la deuda a los pequeños, medianos y microempresarios o de la falta de respeto que le hizo a Monseñor Agripino Núñez. Perdónenme que no este escribiendo del éxito que ha tenido en tan solo dos semanas el programa de radio El Sol de la Mañana o de la consolidación de la candidatura de Danilo Medina en las encuestas. Perdónenme, pero la partida repentina de Príncipe, mi gatito, me ha destrozado el corazón. Estoy triste, muy triste. Quienes han perdido una mascota o a un ser querido, saben muy bien que mi alma hoy esta llena de dolor y de penumbras.
 
Príncipe llegó a mi casa hace unos siete años de manera sorpresiva, porque había sido abandonado en el parqueo del apartamento donde vivíamos y el haitiano que cuidaba el residencial le dijo a mi hija Cheizi que por favor lo cuidara uno días. Cheizi en principio no quería, pero luego se enamoro de Príncipe. Aunque estaba en la casa, me lo tenían escondido porque yo siempre dije que no quería animales en nuestro hogar. Pero Cheizi me pidió que por favor le permitiera tener a Príncipe (que en principio se llamo Princesa porque creíamos que era hembra, pero al bañarlo nos dimos cuenta que era macho) y yo, como padre al fin, estuve de acuerdo que se quedara. Y también en mi se produjo el encanto. Me aferré a él y el a mi.
 
Príncipe se convirtió en mi protector y mi principal seguidor.
 
Cuando mi hija Cheizi se fue a estudiar a Australia, Príncipe se encariño conmigo de tal manera que dormía a mis pies, se levantaba conmigo todas las mañanas y se metía al baño a acompañarme para que yo le diera unas galletitas desde que saliera.
 
El me buscaba, me pedía que lo acariciara, me lloraba como un niño cuando tenía hambre. En fin, Príncipe se convirtió en una especie del hijo varón que nunca tuve. El jueves pasado lo enviamos a vacunarlo y a bañarlo en la veterinaria. Al despedirme de él, jamás pensé que seria la última vez que lo vería. A las 5 de la tarde, cuando iba sonriente y alegre rumbo al veterinario a buscarlo para llevarlo a casa, recibí una de las peores llamadas de mi vida donde me informaban que Príncipe había muerto de un infarto cuando iban a sedarlo para bañarlo. Le pido a Dios que me de fuerzas para soportar este dolor y seguir adelante.
 
Y con el poeta español Miguel Hernández le digo a Príncipe que «yo quiero ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas, compañero del alma, tan temprano.»

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