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Enfermeros no estaban confabulados pero sabían lo que hacían

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Montevideo.- Los enfermeros uruguayos Ariel Acevedo y Marcelo Pereira, acusados de matar a por lo menos 16 pacientes hospitalarios, no estaban confabulados, pero cada uno sabía lo que hacía el otro y sus compañeros sospechaban que algo estaba pasando, afirmó este miércoles a Efe la abogada defensora Inés Massiotti.

Según Massiotti, representante legal de Acevedo, un SMS con la frase «no me inculpes, maldito» fue el último mensaje de su cliente a Pereira antes de ser detenido, pese a lo cual la letrada cree que «no había confabulación» porque «sus procederes eran distintos».

Ambos «sabían lo que hacía el otro pero no se pusieron de acuerdo para hacerlo. No había un plan: matamos tres de acá, tres de allá», recalcó.

La abogada, que criticó el funcionamiento del sistema de salud en Uruguay, aseguró también que entre los enfermeros de las unidades de cuidados intensivos que trabajaban con ellos «había comentarios de que algo estaba pasando».

Acevedo ha sido acusado de once crímenes en la mutua privada Asociación Española, uno de los centros hospitalarios más prestigiosos del país y donde también trabajaba Pereira, aunque este último es señalado por cinco muertes en el Hospital Maciel, de titularidad pública y donde ejercía igualmente de enfermero.

Otra enfermera, que al parecer conocía a ambos y que ha sido procesada por encubrimiento en el mismo caso, «en algún momento tuvo una discusión» con Acevedo «en la que le dijo que parara con esto, que no estaba bien», relata la abogada.

Massiotti contó a Efe su relación con Acevedo, de la que además de representante legal es amiga, así como los detalles de la declaración de ambos enfermeros, detenidos desde hace cuatro días.

Acevedo nació hace 46 años, se crió con su abuela porque «su madre no lo quería», «dudó siempre» de que su padre lo fuera realmente y fue violado por un pariente en la adolescencia.

De cabello negro, un metro ochenta de estatura y algo tímido, el enfermero no bebe ni consume drogas y «vivía estudiando» para mejorar su estatus profesional en la Española, donde comenzó trabajando de auxiliar de limpieza.

La abogada, que hace cuatro años ofició la ceremonia de unión concubinaria de Acevedo con su pareja homosexual, lo define como un «ser humano muy cálido, muy sensible», una de esas personas que «está cuando se tiene que estar, en las buenas y en las malas».

«No puedo asumir ni el por qué ni cómo no midió las consecuencias», afirmó Massioti al revelar que en la audiencia que llevó a su procesamiento por el delito de homicidio especialmente agravado, Acevedo dijo arrepentido: «no soy dios y me equivoqué».

Según la abogada, la pareja del enfermero «está muy mal porque no sabía nada, nunca le dijo nada».

Acevedo mataba a los enfermos inyectándoles aire en una vena supuestamente para «aliviar el dolor de las víctimas y los familiares»

El caso de Pereira, de 39 años, es distinto. «Se quejaba mucho de los pacientes, molestaban mucho, los bañaba, se ensuciaban y había que volverlos a bañar», matizó la abogada parafraseando el testimonio de ese enfermero ante el juez.

Las medicinas que se incautaron en la casa de Pereira, «un cóctel lítico para inducir la muerte por medio de medicación depresora de las funciones cardíacas, como morfina, fenergan o dormicum, habla de otra personalidad distinta», sostiene la abogada.

«Es obvio que no se la daban en la institución para trabajar», sino que «las robaba» de allí porque carecía de la «receta por triplicado» exigida en esos casos.

«De la Española no falta ni un medicamento, porque es una institución privada, el Maciel es una institución pública, es tierra de nadie», indicó la letrada.

Pereira, según Massiotti, apagaba además la luz de la unidad de cuidados intensivos cuando le tocaba la ronda para asegurarse que nadie le viera poner fin a la vida de los enfermos que seleccionaba.

Entonces suministraba por vía intravenosa esas drogas y dejaba junto a sus víctimas una ampolla de antropina, un medicamento recetado por los médicos para aumentar el ritmo cardíaco y de uso aparentemente frecuente en esas unidades.

Al terminar se reunía con sus colegas y les preguntaba si oían los sonidos de alarma que llegaban de la sala de cuidados intensivos -en realidad inexistentes- para poder avisar a un médico y que este acudiera a revivir al paciente y no sospechara nada al ver la antropina. EFE

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