Máximo Gómez frente a 260 jinetes en La Sacra

DominicanosHoy continúa ofreciendo  a sus lectores  un ciclo de relatos de la vida y obra del Generalísimo Máximo Gómez, contados en primera persona, según texto íntegro tomado del libro Máximo Gómez, el Viejo Mambí, de Mercedes Alonso.

Ramón Roa, fue de los buenos cronistas de la historia Independentista cubana que la dejaron escrita con pluma y machete, y es cierto que a Gómez le agradaba la personalidad de aquel cubano, siempre jovial y dispuesto al humor criollo.

Fue precisamente Roa quien lo describió así: “Quien no vio a Máximo Gómez, erguido sobre su caballo inquieto y piafante, al frente de 260 jinetes en el campamento La Sacra, no concibe la facilidad con que se improvisa algo así como una décima guerrera sobre el campo de batalla. Pero, aunque es tan fácil, vaya usted a hacerlo, se convencerá de que era necesario haber nacido para eso; y al que Dios se lo dio, la historia se lo bendiga”.

Era el 9 de noviembre de 1873. Siempre este onceno mes del año traía grandes cosas consigo. Era como si tuviera que nacer una y otra vez antes del 18, día de su onomástico, o como si todas las fuerzas y energías redundaran para fortalecerle en esa fecha que esotéricos y cábalas consideran séptimo ciclo de la vida.

Ya le habían gritado “¡general, ahí vienen los españoles!” Pero él había mandado al intrépido teniente Javier de la Vega con ocho números de la caballería de Caonao, quien propinaba duros golpes al brigadier Báscones y los otros contrincantes. También por orden suya, el comandante Martín Castillo se había posesionado de la margen de un arroyo seco que serpenteaba la finca.

Entre las yerbas de guinea, característica vegetación de las tierras camagüeyanas en esa región oriental de la isla, que parecían aliadas del Ejército Libertador, avanzaban 1,500 españoles. Y ahí estaba él, con su escolta y su Estado Mayor, más tres parejas destacadas, medio ocultos en medio de un fuego que ya nadie podía definir y cuando ambos contrarios tuvieron visibilidad unos de los otros, fue que salió con su figura erguida y nervuda a la velocidad de un rayo, de un estampido o quién sabe de qué.

Los que vivieron aquel combate lo denominaron “choque infernal”. Un campo cuajado de cadáveres, donde las armas blancas hicieron de las suyas. Los españoles enterraron a sus muertos en un pozo cercano, en tanto que él preparaba los próximos pasos.

En verdad, La Sacra fue el primer combate de consideración a campo abierto que dirigió en territorio camagüeyano Máximo Gómez y que le hizo merecedor de eso que en la guerra llaman capacidad de dirección de unidades de caballería y rápida toma de decisiones ante los bruscos cambios que ofrece la situación combativa.

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