La beatificación del Papa Juan Pablo II por su sucesor Benedicto XVI, a seis años de su muerte, ha tenido repercusión mundial aún entre quienes no se consideran seguidores del polaco Karol Józef Wojtyła, nacido el 18 de mayo de 1920, y quien encabezó la jerarquía católica en el Vaticano hasta su fallecimiento el 2 de abril de 2005.
Catalogado como uno de los líderes más influyentes del Siglo XX, el acto de beatificación de Juan Pablo II cuenta entre sus espectadores con una gran mayoría de la población dominicana, además de estar representado el país en los actos por la Primera Dama de la República, Margarita Cedeño de Fernández, junto al embajador ante la Santa Sede, Víctor Manuel Grimaldi y Rosa Hernández de Grullón, Representante Permanente ante la UNESCO.
El Papa Juan Pablo II resulta muy cercano para la nación que visitó en tres ocasiones: el 25 de enero de 1979, en 1984 y luego, en 1992. Sus palabras y discursos muestran las simpatías que le despertaron los hijos e hijas de “…este pedazo de tierra americana, tierra amada de Colón”, por la cual dio gracias a Dios por su visita “…a un continente al que tantas veces ha volado mi pensamiento, lleno de estima y confianza, sobre todo en este período inicial de mi ministerio de Supremo Pastor de la Iglesia”.
Múltiples mensajes esgrimió el Santo Padre hacia el pueblo dominicano: de amor, por la evangelización y el futuro, así como homenajeó con eucaristía a su protectora, Nuestra Señora de la Altagracia, en la explanada de la Basílica, en Higüey.
La confesión a un periodista del diario italiano L’Observattore, acerca de su especial fascinación por América Latina y, particularmente, por contar con esa puerta que fue República Dominicana honra la memoria del Pontífice que en esta misma tierra habló de: “Hacer ese mundo más justo” y llamó a que no existiera “corrupción; que no haya a quien le sobra mucho, mientras a otros inculpablemente les falte todo; que no haya tanta familia mal constituida, rota, desunida, insuficientemente atendida; que no haya injusticia y desigualdad en el impartir la justicia; que no haya nadie sin amparo de la ley y que la ley ampare a todos por igual; que no prevalezca la fuerza sobre la verdad y el derecho, sino la verdad y el derecho sobre la fuerza; y que no prevalezca jamás lo económico ni lo político sobre lo humano”.
Vale reflexionar sobre todo esto en estos días en que Juan Pablo II camina hacia la santidad…