A Farid Kury en su cumpleaños.
Una vez yo estaba por un sitio llamado El Puerto, por acá por Bayaguana. ¿Usted lo conoce? Llego a un almacén, saludo y me lo devuelven:
— ¿Y cómo está usted?
—Yo estoy pasado de bien.
El almacenista, un ex compadre porque ya el ahijado se había muerto, me confesó que nunca había escuchado esa repuesta. Yo le aclaré que para el pobre no hay maldad, todo está resuelto: ¡no tiene na! Vida y muerte hacen como la buena y la mala suerte: corren en los mismos callejones, las tiran en las mismas loterías. Me mira, lo miro y entonces le digo: Yo estoy necesitao de esto
El compadre llamó a uno de sus dependientes y le dio instrucciones de que me preparara una funda. Observé con poca curiosidad y mucha preocupación cómo el dependiente colocaba en el saquito unas diez libra de arroz, un par de libras de habichuelas, una buena botella de aceite, sal, cebollas, ajos, azúcar… y me la entregaba mientras yo me limitaba a decirle, pero compadre es que “yo no tengo de esto”.
Con una amplia sonrisa, el compadre me dijo: —lleve eso a su casa, tranquilice a su mujer y a sus hijos y vuelva aquí.
Yo volví a decirle, ya con mucha vergüenza entre mis dientes, pero compadre, es que “yo no tengo de esto”.
—Primero, lo primero, compadre, lleve eso a su casa y vuelva aquí.
Ya sería necio el yo seguir mencionando que “no tengo de esto”, así que le puse aparejo al burro y regresé tan pronto como los pedregosos caminos me lo permitieron.
Llegué contento, esa es la verdad, había dejado a mi familia sin la posibilidad de que la barriga le doliera por falta de arroz y eso le da a uno un placer con olor divino. No hice más que llegar e inmediatamente, el compadre puso un par de botellas de ron en una funda y me tomó por el brazo diciéndome, más que nada reclamándome, “venga conmigo”. Nos fuimos a su casa, le ordenó a su mujer que matara una gallina e hiciera un asopao con tostones de plátanos tiernos: ¡ay, que delicia, pensé yo, y mi boca se partía en esperanza!
Empezamos la bebentina, que fue mucha. Hablamos, y le digo yo: Compadre, los hombres de negocios tienen tres grandes enemigos.
— ¿Cuáles son esos?, me interroga, muy interesado.
—Esa vaina que cobran los gobiernos.
—Los impuestos, llamados en los libros, aranceles, aclara él
—La persecución al contrabando
—Las restricciones comerciales y van dos, dice él con penoso dolor
—Y el exigir vainas cuando uno lleva y saca dinero del banco.
—La transparencia bancaria, una verdadera hija de puta, confirma mi compadre.
Búrlese de esas tres pestes bíblicas, le afirmo y llegará a ser presidente.
— ¿Y cómo lo hago?
— Saque de quicios a judíos y árabes.
—La verdad es que la jugada no está mala… Compadre, de seguro que aún usted se pregunta por qué le di la funda y luego le traje aquí.
—La verdad que sí, compadre, la verdad que sí.
—Fue su respuesta, compadre, fue su contestación: hacía años que no escuchaba a alguien decirme que estaba “pasado de bien”, y eso me alegró el alma, mucho y cuando el alma se alegra, compadre, hay que celebrar.
Me tomé mi último trago, uno que me durara bastante en el camino, le di un largo abrazo al compadre mientras iniciaba mi caminata como olas de María la Oz, con mi inusual canto, con mi melodía de profeta inacabable:
Juan Carabú, Juan Carabú
Apaga la vela y prende la luz…