Washington.- Un año después del golpe de Estado en Honduras, aún no hay visos de que la nación centroamericana sea readmitida pronto en el seno de la OEA, pese a los esfuerzos del nuevo Gobierno y el empuje decidido de algunos países de la región.
La Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se celebró a principios de mes en Lima, fue la muestra más reciente y clara de que, un año después, aún no existe consenso para pensar en un pronto levantamiento de la suspensión.
En los debates sobre el futuro de Honduras no se pudo apreciar ningún acercamiento de posiciones entre los países que están a favor, los menos, y los que están en contra de impulsar en las actuales circunstancias su retorno al organismo regional.
Es cierto que la OEA dio en Perú un primer paso para impulsar el regreso de Honduras al organismo interamericano, pero la creación de una comisión de alto nivel que estudiará las condiciones que permitan a Tegucigalpa reintegrarse en el Sistema Interamericano no elimina las divisiones ni garantiza que se levante la suspensión.
De hecho, no son pocos los que dudan de su eficacia y de momento la comisión parece arrancar sólo lentamente, pese a que tiene que presentar el 30 de julio un informe con sus consideraciones.
El Ejecutivo del presidente Porfirio Lobo está cansado de las "excusas" que, en su opinión, buscan ciertos países para impedir, o cuanto menos atrasar, el regreso de Honduras a la OEA, según ha dicho el canciller hondureño, Mario Canahuati, en varias ocasiones.
La Comisión abre para Honduras un horizonte de esperanza, pero nada puede hacer contra la resistencia de la mayor parte de Latinoamérica a que vuelva a ocupar una silla en el Consejo Permanente sin cumplir previamente ciertas condiciones inamovibles.
Para eso las viejas heridas que abrió en la región el golpe de Estado que derrocó el 28 de junio a Manuel Zelaya aún son demasiado profundas en una región que creía superado el pasado y que considera el caso de Honduras un peligroso precedente.
No se puede obviar que Lobo ha cumplido formalmente la mayor parte de las exigencias de la comunidad internacional, plasmadas en el llamado Acuerdo Tegucigalpa-San José, pues ha creado un Gobierno de unidad y ha instalado la Comisión de la Verdad.
Pero estas medidas no impresionan a aquellos países que se niegan a reconocer a un Gobierno que, consideran, es el resultado de unas elecciones que se celebraron en un marco de ruptura democrática y que reclaman que la situación de Zelaya, quien se encuentra exiliado en República Dominicana, sea finalmente resuelta.
Exigen que el derrocado presidente vuelva a Honduras con todos sus derechos y, sobre todo, sin ser "perseguido", una condición sine qua non para los países de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA) y Brasil, pero también para otras muchas naciones.
Y es aquí donde entra, en parte, otro asunto que debe resolver Lobo antes de pensar en volver a la OEA: los derechos humanos.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) sigue denunciando violaciones en Honduras y en mayo afirmó que a Zelaya no se le garantizaría un juicio imparcial.
La presión para Lobo es enorme. También para aquellos países, como EE.UU., Perú, Colombia y la mayoría de los centroamericanos que lo reconocen e impulsan su vuelta a la OEA.
En Washington, los republicanas se han calmado después de una intensa campaña a favor de los golpistas en 2009, pero una treintena de demócratas ha pedido a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, un "informe fiable" sobre la verdadera situación de los derechos humanos en Honduras para así determinar la futura ayuda a ese país.
De momento, toda la atención de los países de la OEA está puesta en la cumbre presidencial del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) que se celebrará los días 29 y 30 en Panamá y que es clave, pues consideran que es importante que sea primero esta región la que normalice plenamente sus relaciones con Honduras.
Muchos esperan que Nicaragua, como único país centroamericano que no reconoce a Lobo, haga en Panamá un gesto en esta dirección. EFE