Llevamos ya siglos y siglos pagando por habernos comido la famosa manzana. Aun somos noticias, descubrimientos, efemérides, tema del día. Desgraciadamente actualmente más por violencia de género, gracias a las tecnologías, a la valentía y conciencia de las mujeres ante esta realidad, y a hombres que no apoyan este tipo de comportamiento de su género.
Somos minorías en casi todo…sólo un indiscutible e incuestionable lugar por la exclusividad de la maternidad. Queda un largo camino por recorrer. Todavía falta para que una mujer sea opositora candidata a presidente de una mujer presidente. Falta que todos los países del globo terráqueo vea sin espantos, sin sentirse amenazado “el hombre”, a las mujeres en iguales de condiciones en todos los aspectos del quehacer cotidiano del mundo, de un continente, de un país, de su casa.
Para no crearles la sensación de feminista, debido a que nunca me ha gustado encasillarme; lo complemento con que aún queda un largo recorrido para que esto también sea habitual o normal. Me refiero a la raza, etnia o como se denomine: negra, latinoamericana (mulata e indígena), asiática, Europa (algunos países tienen etnia de gitanos), sin distinción de sexos y sin tener que competir por un “premio Pullizer”.
El pasado día 25 fue día muy significativo en nuestro país, tanto para el hombre como para la mujer en particular; no se podía elegir mejor fecha para recordarle al mundo hacer un stop a la violencia física y psíquica a la mujer.
Tres mujeres de su época que tuvieron o tal vez se vieron involucradas en los acontecimientos políticos de entonces, pero que lo asumieron y no se amilanaron ante la avasalladora maquinaria de poder y terror de la dictadura trujillista. Las hermanas Mirabal como se les reconocen, tres mujeres, tres historias de la República Dominicana y de su orgullosa ciudad de Salcedo.
Una fecha triste y brutal de nuestra historia política y de referente para alertar a los dominicanos y dominicanas sobre la violencia de género. Soslayada a través de los siglos, simulada con una sonrisa, maquillada por la cosmetología, encubierta ante la sociedad, ante el mismo cónyuge, ante los hijos e hijas, ante los amigos y amigas, ante los compañeros y compañeros de trabajo, ante la familia.
Quizás los curas o sacerdotes tengan realmente las estadísticas aunque sea empírica de mujeres que le han contado ante su sagrado silencio las amarguras vividas durante años, décadas o toda su vida, de la que no sé si decir, si han tenido la “suerte” de envejecer dignamente maltratada.
Sigue en el ambiente, en el aire se respira con suspiro a impotencia, la necesidad al parecer de tener que estar a la altura o competencia del género masculino aun cuando ambos sabemos que eso nunca será posible. La anatomía y la fisiología son explícitas al respecto. No menos importante la psicología.
Y me pregunto ¿por qué?
Por qué tengo que parecer igual de fuerte al hombre. ¿Acaso no puedo ser mujer y a la vez, si tengo que llorar, llorar, si tengo que decir lo que opino, decirlo?
¿Por qué tengo que fingir que soy exquisita, y seguir acciones y apoyarla cuando considero no son las más adecuadas?
Si soy criticada por ello, a pesar de las mismas lo seguiré intentando. Y lo haré, porque me siento privilegiada de mi tiempo-gracias Internet por existir-gracias a los medios digitales “free” por permitirme como amateur de las palabras poder expresarla sin censura.
Sin fijarse en mi foto que estoy gordísima. Sin fijarse en mi cara por el paso de los años, no voy a pedir disculpas por tener 51 años. Sin fijarse en mi sexo. Sin fijarse en mi inclinación política partidista ni preferencia de liderazgo político. Sin fijarse en mis apellidos.
Muchas gracias Internet por tu presencia para personas como yo, que esto sería impensable hace veinte años que se publicase…
Madrid-España.