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Gregorio Luperón y Antonio Maceo

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Catalogado junto al Generalísimo Máximo Gómez como uno de los más grandes estrategas militares del siglo XIX, el mayor general Antonio Maceo ocupó el puesto de Lugarteniente general del Ejército Libertador cubano, bajo las órdenes del dominicano, a quien respetó y amó hasta su muerte, el 7 de diciembre de 1896, cuando su cuerpo recibió la herida número 26 en San Pedro, luego de protagonizar junto al Viejo Mambí lo que la revista de Bruselas calificó, “como el plan militar más audaz de la centuria”: la invasión que extendió la guerra en Cuba desde Oriente hasta Occidente.

Entre los hechos que muestran la solidaridad y el amor que siempre unió a las naciones dominicana y cubana, está la actuación del insigne patriarca Gregorio Luperón ante los personeros del régimen de España, cuando estos reclamaron la extradición del general cubano Antonio Maceo y Grajales a su llegada a Puerto Plata.

Maceo simbolizaba la rebeldía y patriotismo y los españoles espiaban cada uno de sus pasos en el exilio. Hijo de Mariana Grajales y Marcos Maceo, ambos de ascendencia dominicana, el Titán de Bronce, como se le conoce también a Antonio Maceo por su verticalidad y entrega a la lucha en las maniguas cubanas, debió salir de Cuba tras protagonizar la histórica Protesta de Baraguá, al concluir la Guerra de los Diez Años en 1878.

En Jamaica comenzó para el héroe cubano, lo que muchos denominan “un período de tregua activa, que duraría 17 años”, durante el cual, al igual que Gómez y José Martí, dedicaba la mayor parte de su tiempo en el exilio para organizar una nueva acción armada por la libertad de Cuba.

El11 de febrero de 1880, la tierra dominicana le tuvo entre sus hijos. El arribo de Maceo a Puerto Plata constituyó todo un acontecimiento para la gran comunidad de cubanos emigrados radicados allí, quienes, junto a la gran multitud de criollos le dieron una calurosa bienvenida.

Otras importantes figuras de la Guerra de los Diez Años se habían establecido en Puerto Plata, principalmente. Ese pedazo de suelo dominicano constituyó asilo generoso para los patriotas cubanos. Cinco años antes, Hostos y Betances habían tenido similar acogida.

Sin embargo, la reacción del vicecónsul español Augusto Bermúdez y Covián reflejó los recelos que guardaba la corona ante la cercanía del patriota cubano. De inmediato solicitó al presidente Gregorio Luperón poner en sus manos al héroe cubano y ante la negativa de este, el Capitán General de la Habana envió dos vapores de guerra, con un comisionado especial a Puerto Plata, reclamando “la entrega del general Maceo como criminal, sin copia de proceso…”.

Ofertas y amenazas

Fue entonces que Luperón declaró al comisionado que desde la instalación del Gobierno provisorio no se había expatriado políticos de la República Dominicana, “porque el Gobierno había proclamado que las puertas de la patria estaban abiertas para todos sus hijos y también para todos los desgraciados del universo que se hallasen perseguidos”.

Maceo, no sólo contó con el apoyo de Luperón, sino que se hospedó en su propia casa. Y hubo hasta ofertas y amenazas de las autoridades españolas, a las cuales el presidente confesó invariable: “no comprometer el renombre de hospitalaria que goza esta república…”

Decidieron empelar otra tentativa, que para la época constituía un honor de gran envergadura. España propuso al patriarca dominicano otorgarle la Gran Cruz de Carlos III y poner en sus manos a sus tres contrarios políticos: Báez, González y Cesáreo Guillermo, quienes en esos momentos residían en Puerto Rico, a cambio de Maceo.

Otra vez actuó Luperón con valentía y entereza y no sólo defendió al patriota cubano, sino que emitió una circular ofensiva para España, poniendo a la luz las desacreditadas e indignas ofertas que le hacían.

Hasta hubo una tentativa de los españoles para asesinarle, valiéndose de la ayuda de una bella mujer llamada María Filomena Martínez, natural de Santiago, a quien pagarían si llevaba a Maceo hasta la playa, donde podrían ejecutarlo. Pero, la joven puso en manos de Luperón la información completa y esto provocó un ruidoso incidente que jamás perdonó la cancillería española al egregio dominicano, amigo sincero e incondicional de Antonio Maceo y de la causa cuba.

El luto que rindió el pueblo dominicano a la memoria del Héroe de Baraguá, aquel 7 de diciembre de 1896, cuando cayó en combate, merece por si sólo un trabajo de investigación histórica. Las fuentes consultadas hablan del silencio absoluto que cubrió ciudades enteras, mientras que los poetas más connotados elevaron sus prosas al viento en honor a aquel grande que, en la República Dominicana, tuvo la acogida de un verdadero hijo y nunca fue olvidado.

Una emigración élite

Desde hace muchos siglos las historias de Cuba y la República Dominicana han estado muy articuladas. La figura del indio Hatuey, de origen dominicano y quemado en la hoguera por los colonialistas españoles, es recordada como el primer acto de rebeldía en la mayor de las Antillas.

Otros textos hablan de la gran “emigración élite”, que huía de la ocupación haitiana y que a fines del siglo XVIII y principios del XIX, condujo hacia Cuba “la flor y la nata de la sociedad dominicana”, establecida, principalmente, en Santiago de Cuba, Guantánamo, Bayamo, y Holguín, entre otras localidades de la región oriental.

Nombres de familias cultas y refinadas de Santo Domingo, instituidas en Cuba, se articularon a su cultura e historia en general. Imposible dejar de mencionar, entre los más notables hijos de emigrantes dominicanos, al gran poeta matancero José Maria Heredia, cuyos versos no sólo captaron hermosas formas literarias, si no los símbolos “emblemas de la nacionalidad naciente y del paisaje nativo”, tal y como afirmó el cronista Manuel de la Cruz.

Más acá, a mediados del siglo XIX, entre los dominicanos que se establecieron en la zona oriental del país estuvo ese gran banilejo que luchó por Cuba como uno de sus mejores hijos, Máximo Gómez, el jefe del Ejército Libertador Cubano, quien aquel 7 de diciembre de 1896, perdía, junto al amigo y discípulo el general Antonio, a su propio hijo Panchito Gómez Toro, muerto en acto de incomparable valentía cuando intentaba rescatar los restos de Maceo.

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