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El paraíso de la inseguridad

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El caso Parmalat ha constituido una estocada artera en el nervio de la institucionalidad, herida de muerte por el caso Paya…

Todos los días nos llegan narraciones alarmantes sobre el auge de la delincuencia. El jueves me hablaron del asalto a un salón de belleza en Arroyo Hondo, en el que los pillos cargaron con los celulares y las carteras de todas las clientas y estilistas que estaban en el lugar, así como con el efectivo de caja.

Ese mismo día me habían contado de un asalto en el frontispicio de una ferretería, ubicada en la antigua carretera Duarte, en el sector la Venta, de Manoguayabo, en el que resultó muerto uno de los atracadores, pero para seguir en un solo día, supe también ese jueves del asalto al abogado Ramón Fondeur, que lo chocaron en la parte trasera de su vehículo en la prolongación 27 de febrero, e incurrió en la ingenuidad de pararse a inspeccionar y protestar por los daños, y suerte que lo dejaron vivo, pero se le alzaron con el vehículo y lo que llevaba encima.

El jueves anterior, conté en el Gobierno de la Mañana, lo que le había pasado a mi amigo Carlos de lo Santos, propietario de una agencia de venta de vehículos ubicada en la avenida José Contreras: esa mañana penetraron a su residencia, el sector de Villa Aura, en Santo Domingo Oeste, usando como señuelo la entrega de unos regalos falsos, que fue eso lo que hizo que una trabajadora le abriera la puerta de la verja de hierro de la galería, para inmediatamente quedar encañonada, porque aquellos jóvenes que llegaron en un Mercedes Benz y en un Honda Accord, no eran más que unos asaltantes.

Todo indica que lo buscaban a él, no se si para asesinarlo o para secuestrarlo. Lo que lamento es que con muchas pistas, la investigación no haya avanzado.

En el residencial Galaxia, del mismo municipio, unos asaltantes penetraron a la residencia del teniente coronel Ricardo López, adscrito a la Amet, y mataron sin compasión a la doméstica Mercedes Ramírez, quien no sólo les abrió la puerta de la casa para que penetraran, sino que además les preparó desayuno. La historia es escalofriante, porque entre los delincuentes figuraba un hijo que ese oficial procreó con una pareja anterior.

En mi libreta de apuntes, apenas dos hojas después de la anotación sobre del crimen en Galaxia, se consigna el asesinato del segundo teniente de la Policía Nacional, Valdemiro Olivero Olivero, encargado del Departamento de Investigaciones de Delito Contra la Propiedad, del Plan Piloto.

Entre sus confesos asesinos, hubo un menor que el oficial había sometido a la justicia, y que una jueza puso en libertad de inmediato, dada la benignidad del Código del Menor.

En la mayoría de las bandas que andan cometiendo tropelías aparecen individuos muy jóvenes con prontuarios que aterrorizan, como muestra en uno de mis comentarios expuse las edades y las condenas que ya tenían en las costillas cinco internos de la penitenciaría de Najayo, que se dieron a la fuga el 6 de febrero: Benjamín Domínguez Payano, con apenas 26 años de edad y está condenado a 30 años de prisión por asesinato y drogas; Víctor Alfonso Peguero, con 25 años de edad y está condenado por homicidio; Ricardo Junior Cepeda Batista, está acusado por robo; Emmanuel Méndez Cabrera, con 26 años y varios expedientes de robos y asaltos; y Enger Herrera Hernández, con 33 años, condenado por robo.

Por más que se diga que de la propia sociedad se producen más muertes que de la delincuencia, diferenciando entre las muertes producidas por la violencia intrafamiliar y los hechos de la criminalidad, lo cierto es que el dominicano se ha hecho presa de una sensación de inseguridad que en modo alguno puede enfocarse como exagerada.

Y exacerba la histeria colectiva, que además de cuidarse y de temerles a los delincuentes callejeros, debe hacerse lo propio con los integrantes de las instituciones llamadas a preservar el orden.

Que se empiece a ver a los uniformados con las mismas suspicacias que despiertan los extraños, que detrás de cualquier rostro juvenil se perciba la potencialidad criminosa, que se emita en cada casa una orden determinante, que las puertas no se abran sin autorización de los dueños, aunque la esté tocando un pariente o un amigo conocido, que las personas no sepan cuando se les manda a detener, si son militares en alguna operación oficial o sencillamente bandas delincuenciales, resulta sumamente grave.

Lo de Parmalat no ha sido sólo el asalto a una empresa, es una agresión grosera a toda una sociedad. ¿Quién puede proclamarse seguro, después de todo el temor que comunica un acontecimiento como ese?

¡Ay, Wilton Guerrero, qué lástima que esas verdades tan vehementes que te has atrevido a proclamar, nos estén golpeando cada vez más en la cara con mayor impotencia! Lo único que se dice de las muchas cosas gravísimas que has planteado, es que te has quedado corto.

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