El tema de los problemas con el desayuno escolar no abandona los titulares de todos los medios de prensa del país. Luego de que el Ministerio de Educación, en voz de su titular, Melanio Paredes, se declarara carente de los medios técnicos para determinar el verdadero origen de las intoxicaciones sufridas por los estudiantes que consumieron el alimento en el más reciente de estos incidentes, la posibilidad de llegar a la raíz del asunto ha quedado ahora en manos de los organismos de seguridad del Estado.
Y no es que estos “organismos” hayan podido brindar alguna garantía para que el alimento que necesitan nuestros escolares llegue a ellos de manera segura y sin ningún tipo de inconveniente. Ante tanta incapacidad, ha sido imposible descubrir si detrás de toda esta crisis –porque ya se trata de una crisis real- se halla la negligencia de la empresa Lácteos Dominicanos (LADOM), encargada de proveer la leche del desayuno, o si por el contrario, estamos ante un cruel sabotaje, como esa compañía ha estado gritando a los cuatro vientos, denunciando una presunta guerra comercial en su contra.
Cierto es que, con una inversión diaria de alrededor de 17 de millones de pesos, el abastecimiento del desayuno escolar se ha convertido en un auténtico negocio, apetecible para muchas empresas. Por eso, cuando LADOM decidió suspender el suministro, y las autoridades de Educación amenazaron a la compañía con acciones legales por la suspensión unilateral de sus servicios, fueron muchas las empresas que acudieron al llamado para comenzar a distribuir sus productos.
Mientras tanto, en lo que se dilucida la madeja de intereses en torno al desayuno escolar, los niños en las escuelas, sobre todos los más pobres, continúan temerosos de ingerir un alimento que ya resulta imprescindible para garantizarles un adecuado desempeño académico.