Quito.- Quito, una ciudad con carácter, alma, historia y que por su belleza se ha ganado el apelativo de «Carita de Dios», sufre a diario la agresión de algunos de sus habitantes, que tiran sin pudor botellas, papeles y cáscaras de plátano en sus parques y plazas, desatino que ahora se salda con multas.
Que poco se conozca sobre la génesis del apelativo no impide a los habitantes de Quito, oriundos o no, repetirlo constantemente en un eco que ha superado varias generaciones.
«No sé de dónde surge exactamente ese término ni cuándo, pero yo lo relacionaría con que es una ciudad muy hermosa, con que está muy alto (2.850 metros sobre el nivel del mar), que está cerca del cielo», dijo a Efe Luz Elena Coloma, gerente general de la empresa municipal de Turismo.
Una urbe «tan bella», en algún momento también inspiró a algún poeta a llamarla la «antesala del cielo», un sobrenombre que podría motivar a los habitantes a asegurarse de que la «Carita de Dios» está «impecable», dijo Coloma.
Pero puede que quienes la bautizaron así miraran a las alturas pues en el suelo -sin desconocer la belleza de la urbe- la realidad es otra, como demuestran 200.000 chicles botados en el centro de la ciudad, según cálculos del Municipio, y los montones de restos que cubren los parques los domingos, cuando se retiran los visitantes.
Las autoridades locales han tomado cartas en el asunto y han recaudado 270.000 dólares en tan sólo cuatro meses por distintas infracciones gracias a una nueva ordenanza.
Las multas, que van de casi 53 dólares a 528, sancionan desde tener descuidada o sucia la acera del domicilio o negocio, hasta arrojar colillas de cigarrillos y otros desperdicios, y mantener en el espacio público materiales de construcción, explicó a Efe Johana Pullas, encargada de la Agencia Metropolitana de Control.
En Ecuador no es extraño ver a gente lanzando basura a la calle, al caminar o desde las ventanillas de vehículos, y muchos ni siquiera son conscientes de que hacen algo mal.
«Sea culto, bote los desperdicios por la ventana», es una pegatina que se veía en el pasado en algunos autobuses de servicio público y que para Coloma es «absolutamente impactante», pues puede interpretarse como que no importa el espacio público pues «alguien va a limpiar».
Lo registró bien Juan García, un español que poco después de llegar a Quito dejó sin palabras a un muchacho de unos trece años al devolverle un desperdicio que éste arrojó por la ventanilla de un autobús escolar: «Se te cayó», le dijo. Como respuesta recibió un silencio marcado por el desconcierto y la vergüenza.
Nunca faltan los perseverantes, como Jimena Pérez, una jubilada que se indigna cada vez que ve a alguien tirar basura y que, pese a la advertencia de sus allegados sobre posibles insultos, no logra contenerse y asesta un sonoro «cochino» al infractor.
Pullas se declaró «esperanzada» de que con la campaña de difusión de la ordenanza y la colaboración de la comunidad se llegue a un punto en que no sea necesario multar por ensuciar Quito, que este año es la Capital Americana de la Cultura.
Centró su fe en la niñez pues «ellos son quienes educan a los padres» y les reclaman por arrojar basura por las ventanas, criterio que comparte la historiadora Lucía Moscoso, que ama profundamente a su Quito, cuyo centro histórico, donde ella vive, motivó a la Unesco a declararla primer Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978.
Alejando a la ciudad de visiones poéticas y románticas, Quito es una urbe con problemas como las grandes metrópolis, pero en temas de manejo de la basura, palabras más, palabras menos, muchos coinciden en que la solución pasa por la educación para respetar «su casa».
Aunque la situación ha mejorado, dependiendo de los sectores, Coloma califica con un seis sobre diez a la limpieza de Quito, habitada por más de 2,2 millones de habitantes. «Es imposible tener una ciudad limpia si no hay una mejora de la actitud ciudadana y ahí falta muchísimo», apuntó.