A un mes del terremoto, Ecuador quiere volver al mar por pescado

(Por Matías Zibell. Enviado especial a la zona del terremoto)
Un mes y 1.407 réplicas después, Ecuador continúa luchando contra las consecuencias del terremoto del 16 de abril que dejó –según cifras oficiales- 661 muertos, 13 desaparecidos, 28.921 personas en albergues y refugios, y otros miles de damnificados entre los que se encuentra Tatiana Salvatierra.
 
Tatiana vio el sábado 16 de abril las paredes de su casa caerse en los 50 segundos más largos de su vida. Cuando puso a salvo a su familia, regresó a su trabajo en el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) y fue designada coordinadora de las zonas más afectadas.
 
«Yo no he recibido ni una libra de arroz y no es que no me haga falta, pero siento que hay personas que necesitan más que nosotros porque al menos nosotros tenemos un sueldo con el que podemos comprar, pero hay gente que se ha quedado sin nada», le dice a BBC Mundo mientras ingresamos al albergue de la terminal de autobuses de Pedernales.
 
 
Allí nos reciben Guadalupe y Edga. Guadalupe es la responsable del albergue. También trabaja en el MIES. No se ha tomado un día de descanso desde el sismo. Cuando lo haga deberá enfrentar el hecho de que una de sus hijas es uno de los 661 muertos. Lagrimea al escuchar a Tatiana. No da entrevistas. Edga sí.
 
«Yo estoy aquí, albergada, damnificada, desde el momento del terremoto. Soy voluntaria en la cocina porque me gusta colaborar. Yo no puedo ir a otro lugar y no puedo arriesgarme a ir a la casa porque tiene grietas y no puedo arriesgar la vida de mis hijos. Es por ellos que tengo que salir adelante. Cocino el desayuno, el refrigerio, el almuerzo, el otro refrigerio y la merienda».
Como Egda, cientos de habitantes de Pedernales, la ciudad más golpeada por el sismo, tratan de no mirar hacia atrás. Tatiana se esfuerza porque así sea:
 
«Yo les explico a la gente que esto es una ayuda temporal, que nosotros tenemos que empezar a buscar nuestros propios recursos, sea vender empanadas o criar pollos. Unos sí me entienden y otros no. Pero ya hay en Pedernales muchos lugares de comida abiertos, negocios que venden productos. La gente no se esperaba que al mes el sector económico reaccionara tan rápido»
 
Reactivación sobre olas
 
En Canoa, al sur de Pedernales, la reacción llega a la costa sobre una tabla de surf.
 
La ciudad ha albergado el primer campeonato de surf desde el pasado abril, con fiesta nocturna incluida. Desde una tarima, megáfono en mano, el surfista guayaquileño Felipe Rodríguez alienta a los competidores.
 
«Una manera de ayudar es viniendo a Canoa, comiendo en el kiosquito de la esquina, instalándose en el hotel aunque no tengas el 100% de las comodidades que todo turista espera, pero es una manera de generar circulante y dinamizar la economía», le dice a BBC Mundo entre aliento y megáfono.
 
«Canoa hace 20 años era un pueblo de pescadores. Ecuador tuvo un boom turístico en los años 90 y el surf fue un artífice clave del crecimiento de la costa ecuatoriana. Antes del terremoto Canoa tenía 3.000 camas para huéspedes, cuando hace 20 años había cuatro».La idea de convocar a la Federación de Surf del país y al Ministerio de Turismo surgió de un colectivo social llamado «Surfistas por un techo» que se organizó tras la tragedia. Eduardo «Eddy» Salazar es el surfista manabita (Manabí fue la provincia más lastimada) que recuerda que el 80% de la ciudad vivía del turismo.
 
La fiesta del sábado a la noche fue la primera que vivió esta playa ecuatoriana en un mes. La banda guayaquileña Pitahaya y un sólo bar en la arena hicieron el milagro. «Hasta ayer salíamos a las siete de la noche a comer con los voluntarios y no había un alma. Triste como un pueblo fantasma. Anoche me dio una felicidad ver gente en la calle, escuchando música», dice Salazar.
 
Pero la brigada «Surfistas por un techo» no se queda en la fiesta. A cuatro kilómetros de Canoa construyen con voluntarios internacionales y ecuatorianos un campo de refugiados sostenible.
«El campamento sostenible se diferencia de los albergues, donde puedes estar en la onda de ‘recibir, recibir, recibir’. Uno escucha a las familias decir que ya quieren dejar atrás el día del terremoto, que quieren reactivar sus vidas, pescadores que lo que piden es una lancha para darle de comer a sus familias», le cuenta a BBC Mundo Diana Moscoso de Madre Tierra, uno de las organizaciones que construye el centro.
 
Manta y la caña de pescar
 
En la ciudad más poderosa de Manabí, miles de comerciantes buscan un destino como personajes en busca de un autor. La mayoría de ellos provienen de lo que se ha bautizado la zona 0: Tarqui, la parroquia urbana vecina a la ciudad que ha quedado en ruinas.
 
 
«Tarqui ha sido el motor comercial de toda la vida en Manta. Allí estábamos más de 4.000 comerciantes que le hemos dado vida a esta ciudad y a este lindo cantón», señala Ángel Vélez, un comerciante mayorista que se ha unido a una asociación para reclamar por sus derechos.
 
Su compañero en la organización, Kirie Bravo, sostiene que si los comerciantes permanecen parados otros 30 días, podrían producirse problemas sociales en 60 o 90 días, «porque va a llegar un momento que la gente va a colapsar».
 
«Dicen que va a llegar algún tipo de ayuda del gobierno pero quién sabe hasta cuándo lo va a poder sostener. Qué mejor que mañana ya pudiéramos empezar a producir y no utilizar estos recursos. Nosotros no queremos nada regalado. Queremos todo financiado. No queremos el pez, queremos la caña de pescar para pescar todos los días y poder pagar la caña».
 
Sus colegas minoristas e informales han tenido más suerte y se han ubicado en el sector de La Poza, cerca del mar. Este fin de semana las negociaciones con el gobierno local han permitido concebir un mercado común para minoristas y mayoristas en medio año.
 
Los que no la tienen fácil son los hoteleros de Tarqui.
 
«Tarqui era la zona hotelera de categoría económica. Nuestra asociación tenía 22 hoteles, 11 colapsaron y los otros 11 serán demolidos. Nos pidieron desocupar el área y ahora tienen que hacer un estudio de suelo. Luego hay que determinar quién va a querer asumir el reto de hacer un edificio para un hotel. No sabemos si tenemos la capacidad, porque ya teníamos deudas antes del sismo», indica Plutarco Bowen, representante de los hoteleros de la parroquia.
 
A su lado, escuchando la entrevista, Ángela Delgado, una mujer de 70 años, teje una hamaca en un refugio improvisado en el que alguien ha tenido el gesto de dejar una botella de agua. Ésta es la cuarta hamaca que ha hecho desde el sismo. Las vende a cuatro dólares, muy lejos del millón que costaría volver a levantar un hotel en Tarqui.
 
«Yo perdí todo lo que fue, tenía una mini tiendita y también la perdí. No me quedó nada, ni para cocinar. Qué más nos puede quedar a nosotros: trabajar hasta que la muerte un día nos lleve», sentencia y teje.
 
La muerte no la llevó el 16 de abril, aunque se llevó «todo lo que fue». La suerte de «lo que será» se decide día a día en Ecuador, con gente como Tatiana, Guadalupe, Egda, Eddy, Diana, Ángela y los comerciantes de Tarqui, que no quieren pescado sino volver al mar.

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