Este es uno de esos temas que, si no se piensa con calma profesional, termina mal explicado en los pasillos y peor ejecutado en operaciones reales.
En el mar no todo es blanco o negro. Hay zonas grises y el oficio del mando consiste en saber navegar en esas aguas peligrosas sin encallar.
Cuando se habla de interceptar lanchas rápidas con drogas, muchos uniformados creen que están ante un escenario de guerra abierta. No lo están. Se trata de una operación de seguridad marítima armada, que se parece a la guerra en el esfuerzo, pero no en la doctrina. El error más común es creer que la legitimidad del objetivo autoriza cualquier método. El narcotráfico es un enemigo real, violento, organizado y transnacional. Hasta ahí no hay discusión. Pero doctrina no es indignación; doctrina es método, límites y consecuencias previstas. El problema nunca empieza con el primer disparo, sino con el último… cuando ya no hay amenaza.
Mientras una lancha maniobra, evade, embiste o dispara, es una amenaza activa. En ese caso no hay romanticismo posible: se usa la fuerza y punto. Pero cuando la embarcación enemiga queda fuera de combate y el personal agresor cae al agua, el escenario cambia. No por compasión, sino por lógica doctrinal. Ya no estás neutralizando un vector de amenaza; estás decidiendo qué tipo de institución representas.
Aquí aparece una verdad incómoda que todo oficial debería grabarse: la obediencia no es automática; es profesional. Quien comanda fuerzas aprende desde el inicio que no toda orden es ejecutable tal como fue formulada.
Hay órdenes que se interpretan, otras que se ajustan y algunas que se documentan antes de cumplirlas.
No es desobediencia; es responsabilidad de mando. El comandante que no filtra una orden ilegal, no se protege: se expone.
Muchos analistas civiles y hasta militares, olvidan algo elemental: las reglas de enfrentamiento no son un freno operativo, son un salvavidas institucional. Protegen al personal hoy y al Estado mañana.
El uso letal de la fuerza fuera de una amenaza continua no solo nos arriesga a padecer dolores de cabeza en los tribunales; puede destruir alianzas, generar ruido político y convertir una operación exitosa en un problema estratégico.
Hay otro punto que suele ser subestimado: la narrativa. En este siglo, tan importante como interceptar una lancha es cómo se explica la interceptación.
El adversario ya no solo trafica drogas; trafica relatos. Cada exceso operativo se puede transformar en una entrega de munición gratuita al enemigo, y cada muerto innecesario, pesa más que diez incautaciones bien hechas.
En mis años de servicio aprendí que el buen mando no se mide por cuánto se aprieta el gatillo, sino por saber cuándo soltarlo. El fuego se abre con decisión y se cierra con inteligencia. Eso también es disciplina. Este no es un tema solo jurídico o ideológico; es profesional. El que no lo entienda desde la bitácora, lo aprenderá desde el expediente judicial. Y ese podría llegar tarde o temprano con las lecciones aprendidas que se podrían haber evitado.




