El sextante: el ojo que midió el cielo

Cápsula naval

Antes de que existieran satélites, radares o cartas electrónicas, el destino de un navío dependía de un solo instrumento: el sextante.

Un arco metálico con espejos y tornillos que, en manos de un buen navegante, valía más que un arsenal.

Con él se medía el ángulo entre un astro y el horizonte, y ese número —aparentemente simple— revelaba la posición del buque en el planeta.

Era como robarle un secreto al universo.

Los grandes de la historia no navegaron por coraje solamente.

Magallanes cruzó el estrecho más temido del mundo mirando al sol; James Cook cartografió el Pacífico entero con sextante y temple; incluso hoy, los submarinos estratégicos de las potencias lo llevan escondido… por si algún día el GPS cae y hay que volver a mirar al cielo.

Porque navegar no es depender de una pantalla, es tener criterio para comandar incluso a oscuras.

 

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