Hace unos días me topé con el expresidente Hipólito Mejía. Sin querer, le abrí la puerta a la nostalgia: la que le provoca el recuerdo de Doña Rosa, su compañera de casi 60 años. La conversación comenzó ligera, de esas tan amenas que caracterizan a Hipólito, hasta que le pregunté por la casa de sus padres, donde nació en Gurabo.
Le recordé que, cuando era presidente, un grupo de periodistas lo acompañamos a visitar esa casa. Nunca olvidaré la expresión de su rostro: los ojos a punto de llorar, abrumado por los recuerdos, aunque entonces llevara sobre sus hombros la primera magistratura de la Nación. La vivienda seguía igual: una humilde casa campesina, propia de una familia rural de la era Trujillo.
Entre anécdotas, bromeaba con que, cuando llovía, las goteras caían sobre su cama y en las mañanas se quedaban acurrucados para engañar el frío. Pero ya no ha querido volver. Me confesó que, desde la muerte de Doña Rosa, no tiene fuerzas. Prefirió dejar la casa en manos de uno de sus hijos, para que la cuide y la conserve.
Entendí entonces que esa casa ya no es solo un recuerdo de infancia, sino un santuario íntimo de su historia con ella. Y regresar sería demasiado doloroso.
—No volver —me dijo— es su manera de esquivar el vacío. Allí todo le habla de ella.
Ambos provenían de familias cercanas —eran primos segundos— y crecieron en el mismo vecindario. Se enamoraron siendo adolescentes, a los 14 años, y nunca se separaron hasta la partida de ella, a los 82. Era un año mayor que él.
—«Esa mujer nunca molestó a nadie, nunca «embromó» con nada. Ese tipo de personas ya no nacen, ya no vienen» —dijo con la voz quebrada. Tiene razón: todos coinciden en que Doña Rosa fue honesta, comedida y discreta. Siendo esposa de un presidente, nunca ostentó poder ni buscó influencias.
Al final, cuando la tristeza se fue diluyendo, Mejía nos sorprendió con una frase breve, cargada de intención. Mirándonos, comentó:
—«Recuerden este nombre: ¡Carolina!»
Era su forma de reafirmar que su mayor empeño político ahora es la candidatura de su hija. Y me quedé pensando si su carisma natural podría traspasarse a Carolina y el país será testigo de la primera mujer presidenta de la República Dominicana. Así se cumple el sueño de Doña Rosa e Hipólito.