Cuando los políticos sean filósofos y los filósofos políticos

Hace veinticinco siglos, Platón imaginó una ciudad gobernada por sabios. No era un sueño vacío: era un modelo de cómo la política puede elevarse por encima del interés inmediato para buscar el bien común.

Hoy, en la República Dominicana esta idea no es solo filosófica, es un llamado urgente. En un país con tanto talento humano, riqueza natural y posibilidades de desarrollo, seguimos enfrentando problemas estructurales —corrupción, desigualdad, servicios públicos deficientes— que no se resuelven solo con dinero, sino con planificación, visión y ética.

Poder sin reflexión y reflexión sin poder
La política dominicana está atrapada en un ciclo de inmediatez. Las elecciones, las redes sociales y la presión mediática han hecho que muchos dirigentes actúen con prisa y a pensar poco en el largo plazo.

Del otro lado, nuestros académicos, intelectuales y líderes comunitarios reflexionan, investigan y proponen, pero raramente influyen directamente en las decisiones estatales. Esa separación se traduce en improvisación: leyes mal diseñadas, políticas inconsistentes y proyectos inconclusos.

Unir pensamiento y acción
Imaginemos que nuestros políticos actúen como verdaderos estadistas, con principios claros y visión de largo plazo. Que al tomar decisiones sobre salud, educación, transporte o energía, no piensen solo en la próxima elección, sino en la próxima generación.

Que nuestros economistas, sociólogos, científicos y educadores no solo publiquen informes, sino que participen en el diseño y ejecución de políticas públicas.

Un político filósofo dominicano sería alguien que entiende la historia del país, respeta su Constitución y su gente, y toma decisiones basadas en evidencia, no en impulsos.

Por su parte, un filósofo político dominicano no se quedaría en las aulas ni en los podcasts: visitaría barrios, escucharía a la gente, adaptaría sus ideas a la realidad y propondría rutas viables para ejecutarlas. Esa mezcla —acción con reflexión— es la única forma de romper el ciclo de improvisación.

Cuando la política se alimenta de filosofía y ética, se vuelve más transparente y previsible. Disminuyen las sorpresas, aumentan la confianza y se abre espacio para el desarrollo sostenible.

La ciudadanía, aunque no hable en términos técnicos, percibe esto: donde hay líderes con visión y palabra confiable, mejora la vida cotidiana. Los servicios funcionan, las instituciones responden y se reduce el abuso del poder. Por eso, pensar en políticos filósofos en República Dominicana no es un capricho elitista, sino una necesidad práctica.

Este cambio no depende solo de quienes ocupan cargos. Depende de la cultura política que construyamos entre todos.

Cada vez que un ciudadano se informa, compara propuestas y vota con conciencia, está ayudando a crear ese puente entre pensamiento y acción.

Cada vez que un profesor enseña ética, que un periodista investiga con rigor, que un líder comunitario organiza y no manipula, se están sembrando las semillas de un país más justo.

En otras palabras, no hay que esperar un “mesías político”. Hay que educar y educarnos para que reflexionar no sea perder tiempo, y actuar no sea improvisar. Esto se logra con educación cívica, debates públicos abiertos, transparencia y ejemplo.

Un horizonte posible para la República Dominicana
La historia dominicana muestra que sí hemos tenido destellos de estadistas que combinaron poder con visión. Pero también muestra que los avances se pierden cuando las instituciones no son fuertes. Hoy tenemos la oportunidad de exigir transparencia, premiar la honestidad y reconocer a quienes actúan con visión de futuro.

Si cada dominicano —desde su rol en la familia, en la empresa, en la comunidad o en el Estado— asume ese compromiso de unir pensamiento y acción, el país entero se moverá hacia una política más madura y menos reactiva. Y quizás entonces podamos decir que los políticos dominicanos son también filósofos, y que nuestros filósofos se han atrevido a actuar.

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