La sinfonía del ser: hacia una conciencia ampliada de la vida

Por: Juan Colón
Poeta e historiador

Durante siglos, la conciencia fue considerada un atributo exclusivamente humano. Pero hoy, a la luz de nuevas miradas científicas y filosóficas, emerge otra posibilidad: que todo lo viviente -plantas, animales, incluso galaxias- posea su propio modo de percibir, reaccionar, recordar y participar del equilibrio del mundo. Y más aún: que el universo entero sea una mente en acción, una sinfonía de inteligencias distintas tocando en armonía.

1. La arquitectura secreta de la naturaleza
Cada especie cumple una función que, aunque a veces invisible para nosotros, sostiene el equilibrio del ecosistema del que forma parte. Esta red no es mecánica ni arbitraria: es sensible, adaptativa y creativa.
El físico David Bohm lo resumía así:

“El universo es un todo indivisible en movimiento, en el que todas las cosas están internamente relacionadas.”
No hay piezas sueltas: cada ser, desde una bacteria hasta una ballena, responde y se adapta en consonancia con los demás. Hay, por tanto, una forma de sabiduría en todo cuanto existe.

2. Plantas que recuerdan, animales que piensan
Hoy sabemos que las plantas no solo reaccionan, también aprenden, memorizan y se comunican. El neurobiólogo Stefano Mancuso afirma con claridad:

“Las plantas poseen todos los sentidos que atribuimos a los animales. ven, oyen, huelen, tocan y recuerdan, solo que lo hacen sin un cerebro como el nuestro.”
¿Y los animales? Investigadores como Jane Goodall o Frans de Waal han demostrado que muchas especies sienten duelo, cuidan a sus crías, resuelven problemas y desarrollan culturas propias. La inteligencia no es privilegio humano: es una expresión diversa, multiforme, compartida.

3. ¿Existe una inteligencia del universo?

Si cada ser posee su propia manera de sentir y responder al mundo, ¿qué inteligencia sostiene el conjunto? ¿Hay un “cerebro cósmico”?
Para el físico Brian Swimme, no hay duda:

“La Tierra no es un planeta más, es un ser vivo que piensa aunque no como los humanos”
Desde esta visión, la vida no es una suma de mecanismos, sino una sinfonía de memorias sensibles. Lo viviente no se limita a sobrevivir: interpreta, elige, crea.
El biólogo Rupert Sheldrake propone que existe una memoria mórfica que guía la conducta de los sistemas vivos, una suerte de campo invisible que conecta especies, generaciones y comportamientos. La materia, en esta visión, recuerda.

4. Un universo orquestado
Cada forma de vida-una luciérnaga, una ceiba, una célula del corazón-parece ejecutar su parte dentro de una partitura mayor. Así como cada galaxia sigue su órbita, cada hoja al caer cumple un gesto preciso, necesario, casi musical.

La astrobióloga Sara Walker lo expresa así:
“La vida no es solo química, es información que se organiza a sí misma.”

Hay algo en lo vivo que no puede explicarse solo por átomos: una voluntad de forma, de permanencia, de armonía.

5. El ser humano: huésped de la sinfonía

Nosotros, los humanos, no estamos al margen de esta gran orquesta. Nuestra conciencia -dividida en consciente e inconsciente- es apenas una forma ampliada de la memoria general de la vida.
No somos los únicos que sienten, ni los únicos que recuerdan. Somos parte de un concierto mayor.
Quizás, como escribió el físico Carl Jung, exista un inconsciente colectivo, un fondo compartido de experiencia viviente.

“El universo no es un accidente. Somos parte de algo que piensa más allá de nosotros.”
Cada ser, cada átomo, cada célula participa en una coreografía más vasta. La ciencia comienza a vislumbrarlo. La poesía, desde siempre, lo ha intuido. Escuchar la sinfonía del ser es quizás el acto más urgente de nuestra era: no para dominar, sino para comprender que el mundo no nos pertenece… lo habitamos, y nos habita.

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