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El mito de la isla indivisible

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Homero Luis Lajara Solá
fuerzadelta3@gmail.com
www.homerolajara.net

“Si el grumete supiera y el comandante pudiera… todo se hiciera”.

-Refrán marinero-

Es preciso saber que, a finales del siglo XVIII, el nombrado Pedro Dominique Toussaint Breda, ejercía el oficio de cochero del conde Breda, su amo, y tiempo después, en el 1776, como una de esas circunstancias del destino, aparece de nuevo en la historia como comandante de una columna de haitianos combatiendo en contra de los franceses, apoyado por los españoles, en momentos en que Inglaterra y España se unieron en contra de Francia, y los ingleses que estaban en Jamaica ocuparon algunos pueblos del Este de Haití .

En una maniobra oportunista, que demuestra la génesis de la psiquis haitiana, Toussaint se cambió de bando y fue ascendido a General de brigada del ejército francés.

Con este acto logra liberar a las comunidades que estaban en manos de los ingleses y españoles, logrando también este antiguo esclavo, cambiar su nombre al de Toussaint L’Ouverture, convirtiéndose así en el primero de los negros que soñó con una Isla, no como colonia francesa, sino como un país de negros independientes. Pero, a 4,548 millas de distancia, soñaba también otro pensador, pero de forma opuesta: Napoleón Bonaparte.

Es así como desde 1800, Toussaint L’Overture, gobernador y comandante en jefe del ejército francés en “Saint Domingue”, gobernó omnímodamente tratando de devolver a la colonia el mismo esplendor económico de antaño. En ese interregno Toussaint se encontró al frente de la colonia que había sido la más rica del Nuevo Mundo.

Toussaint pretendía conformar un Estado autónomo afiliado a la república francesa, y para eso, redactó una Constitución que era una copia fiel de la francesa- adaptada a sus planes-. Es donde por primera vez se plantea que “la República es una e indivisible” (tal como se propone en la francesa), y que con el paso del tiempo, la “vox populi” ha malinterpretado bajo el argumento de que en la constitución haitiana se afirma que “la isla es una e indivisible”. Curiosamente, esta afirmación es enarbolada de ambos lados de la frontera, en una compleja mezcla donde se entrecruzan intereses, pasión o ignorancia.

Tiempo después, por razones geopolíticas de la época, se llevó a efecto el Tratado de Basilea del 1795, entre Francia y España, suscrito con la intención de pasar la parte Este de la isla Española a Francia, pero Napoleón no le dio cumplimiento al mismo, y como consecuencia, en el 1801, Toussaint, invadió la parte Este sin permiso del emperador francés.

Entonces, Napoleón decide enviar tropas a Haití, y en el 1803, Toussaint es apresado y llevado a la cárcel Besancón, en Francia, donde murió.

Tras su muerte fue sustituido por el general Dessalines, quien proclamó la independencia de Haití en el 1804, y menos de un año después, en el 1805, nos invadió, falleciendo en el 1806. A la muerte de éste, otro caudillo haitiano de nombre Christophe, creó un imperio en el Norte, mientras que en el Sur, gobernó el general Pétion, repartiendo tierras a ciudadanos libres en el Estado que él creó. Después surgió Boyer quien unificó las dos partes (Norte y Sur) de Haití, invadiendo nuevamente la parte Este de la isla en 1822.

En todo este proceso histórico que abarca más de 20 años, los haitianos instauraron un aparato jurídico basado en el Código Napoleónico, protegiendo las clases más bajas de la sociedad y, dando una muestra clara de racismo, se prohíbe a los blancos ser propietarios de tierras.

Como referencia histórica, me permito citar un fragmento de la Constitución de Toussaint de 1801, que expresa textualmente al final:

“Fait au Port-Républicain, le 19 floréal an IX de la République franÁaise une et indivisible”,

cuya traducción es: “Hecho en el Puerto Republicano, a los 19 floreados, año nueve de la República francesa, una e indivisible”.

Es bueno aclarar que esta fórmula existió durante varios años y que, como slogan, quería afirmar la cohesión del concepto republicano de integración social en el período revolucionario francés.

Derivada de esta declaración inicial, la Constitución haitiana de 1987 dice textualmente al comienzo: “H‰iti est une République, indivisible, souveraine, indépendante, coopératiste, libre, démocratique et sociale”, cuya traducción sería: “Haití es una República, indivisible, soberana, independiente, cooperativista, libre, democrática y social.”

Para entender mejor esta problemática hay que saber que la ocupación de tierras comuneras en la parte española de la isla, no dio el resultado esperado, a tal punto que las tropas de ocupación no tenían ni siquiera qué comer, por lo que obligaban, a punta de pistola, que la población les suministrara comida, lo que terminó agravando las relaciones.

Por otro lado, los esclavos libertos eran obligados por las leyes agrarias de Boyer, a trabajar en las tierras comuneras y apropiadas,-como las que le quitaron a la iglesia-, en condiciones mucho peor que antes de la emancipación, lo que significaba un precio muy alto por su libertad.

Esto agravó la situación en Haití, dando lugar a que surgiera un complot para derrocar a Boyer, lo que permitió que en la parte española, Duarte y los Trinitarios se aliaran con los Revolucionarios haitianos.

¿Por qué el fracaso de esta política de Boyer? Muchos historiadores afirman que una de las razones fue el factor demográfico, y por otro lado, la falsa esperanza del mito que empezaba ya en la época, del paraíso del Este.

A partir de las invasiones haitianas de 1801 (Toussaint), y de 1805 (Dessalines), la población de la parte española empezó a decrecer (126,000 habitantes), porque no soportaban los regímenes de terror y fuerza de los haitianos (500,000 habitantes), y empezaron a emigrar, principalmente a Cuba, Puerto Rico y Venezuela.

Se afirma también que la consecuencia político-social de la demografía haitiana es y ha sido siempre su incapacidad de unificación, por su procedencia de diferentes regiones de África, que desde el lejano continente son tribus hostiles entre sí, de diferentes etnias: Achanti; dahomeyanos; bantúes; nkomis; mobalis; zulúes y hotentotes. Estos problemas aún persisten en el tiempo, y se ha convertido en una tarea difícil de negociar con los haitianos.

En el caso de los haitianos, estos habían pasado de esclavos a libertos, sin conciencia de dónde se encontraban, con apenas medio siglo de presencia en la isla. Un esclavo tenía un promedio de vida de 30 años, es decir, que al momento de la independencia haitiana, salvo una élite de libertos, la mayoría de los esclavos tenían menos de 10 años en la Isla.

Mientras que en la parte dominicana la población tenía más de 3 siglos y medio mezclándose entre españoles-africanos, y los pocos aborígenes que quedaban.

Posteriormente, la Guerra de Restauración cambió de forma positiva las relaciones entre los dos países, ya que los haitianos colaboraron con los revolucionarios dominicanos, y el presidente haitiano de la época, Fabre Geffrard, suministró armas y refugio desde su territorio.

El general Geffrard entendía que era mejor favorecer a los dominicanos que a un imperio que al final podía tratar de ocuparlos.

Al finalizar la Guerra de Restauración en 1865, los gobiernos de Haití y República Dominicana, firmaron, en 1867, el primer “Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación” entre ambos países.

Aún así, las contradicciones de la sociedad haitiana fueron aumentando, sobresaliendo los propietarios de plantaciones y mercaderes de madera, los cuales establecieron varias regiones, cada una de las mismas con un puerto, el cual permitía las exportaciones de campeche y derivados agrícolas como el tabaco, café y cacao. “Es en este período donde se acelera la deforestación”.

Mientras ellos, seguían ocupando las regiones del Norte y Sur-Oeste, y los mulatos mayormente el Sur, herencia de Pétion y sus repartos de tierra. La mayoría del pueblo haitiano vivía del sustento precario que daban los conucos de los cuales eran propietarios, reproduciendo lo que conocían, es decir, el modo de producción africano (conuquerismo) en función del origen (Mandinga, carabalí, etc.) agrupados en lo que llamaban “Lakou”, que consistía en un conjunto de chozas agrupadas en círculo. Solo se beneficiaban del mercado los que participaban del comercio de Campeche.

Así llegamos al final del siglo XIX, con una presión demográfica haitiana de dos millones de habitantes, frente a tan solo unos 600,000 habitantes en República Dominicana, aunque la sociedad dominicana empezó a transformar su espacio con la llegada de inmigrantes de otros países (Cuba, Puerto Rico, Venezuela, y del Caribe en general), atraídos por la relativa estabilidad del país, y la posibilidad de hacer negocios, en un lugar donde la actividad comercial era incipiente, así como la industria azucarera (los ingenios), traída por los cubanos que huían de la guerra de independencia de Cuba en esa época. La actividad laboral del hatero en el Este, sustituyó la antigua próspera región de la frontera .

Es oportuno señalar que la ocupación estadounidense de Haití (1915) y en República Dominicana (1916), tuvo un impacto desfavorable en algunos aspectos fundamentales en ambas economías y sociedades. En Haití, independientemente de los aportes en infraestructura (orientados a facilitar la centralización), la ocupación destruyó la regionalización creada por las 11 ciudades portuarias.

Con la política de centralización impuesta por el ocupante, todos los productos debían canalizarse a través de Puerto Príncipe, único puerto autorizado a exportar e importar. Esto suscitó un levantamiento de guerrillas en cada región, las cuales fueron sofocadas violentamente por la infantería de marina de los Estados Unidos de América .

El resultado de esto fue que los agricultores y campesinos perdieron el mercado de proximidad, que significaban las ciudades portuarias, perdiendo competitividad, ya que los productos había que trasladarlos a Puerto Príncipe. Al final, la mayoría de los campesinos emigraron masivamente a la región de Puerto Príncipe o se enrolaron después como trabajadores agrícolas en República Dominicana, principalmente en la industria azucarera. Como puede colegirse de este breve recorrido por la historia de los dos países que ocupan esta hermosa isla, los problemas no se han resuelto ni se pueden resolver con mitos, rencores ni resentimientos, sino con actitudes progresistas y realidades, en una isla, divisible “por los siglos de los siglos”.

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