Comienza la cuenta regresiva para la partida de Raúl Castro

Dentro de un año, el próximo 24 de febrero, se espera que ocurra en Cuba algo que no sucedía desde hace 40 años: alguien sin el apellido Castro ocupará la presidencia del país.
 
Los meses venideros serán de definiciones en Cuba, pero ahora solo hay incertidumbre, no solo sobre cómo ocurrirá la anticipada transferencia de poder sino también sobre el futuro de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba bajo el presidente Donald Trump.
 
En el 2013, Raúl Castro transmitió a la Asamblea Nacional su intención de retirarse de la presidencia del Consejo de Estado — y con ello también de la jefatura de gobierno. Su aparente sucesor es Miguel Díaz-Canel, un político que fue ascendiendo en las filas del Partido Comunista de Cuba (PCC) y que fue promovido a primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros ese mismo año.
 
Castro fue nombrado formalmente presidente en 2008, aunque estuvo al frente del país desde que una enfermedad fulminante sacó a su hermano Fidel del poder en 2006. Fidel Castro murió en noviembre del año pasado y ahora el futuro político de la nación podría decidirse en las próximas elecciones, cuando los diputados electos conformen la nueva legislatura de la Asamblea Nacional el 24 de febrero de 2018 y elijan al nuevo jefe del Consejo de Estado — la fecha de inicio de cada legislatura se ha escogido por su carácter simbólico pues el 24 de febrero de 1895 se inició la última guerra de independencia y se aprobó la actual Constitución en 1976. Los delegados usualmente aprueban las decisiones tomadas por la cúpula al mando.
 
Pero el retiro del actual gobernante, de 85 años, supone otros interesantes escenarios. Quienquiera que suceda a Castro debe también “desempeñar la Jefatura Suprema de todas las instituciones armadas y determinar su organización general” así como “presidir el Consejo de Defensa Nacional”, según establece la constitución cubana. Una Cuba sin un Comandante en Jefe en traje verdeolivo y de apellido Castro es algo que muchos cubanos no han vivido.
 
Muchos observadores creen que Díaz-Canel, de 56 años, será la figura elegida para sustituir a Castro en esos puestos pero él probablemente seguirá siendo una figura poderosa. El gobernante no ha dicho nada sobre renunciar como primer secretario del PCC y durante el último congreso en abril del 2016, Díaz-Canel no fue promovido a segundo secretario.
 
Un presidente como figura decorativa no es una fórmula desconocida. Entre 1959 y 1976, Osvaldo Dorticós ocupó formalmente el cargo de “Presidente de la República”, aunque la fuerza del poder recayó sin dudas en Fidel Castro, hermano mayor de Raúl, que fungió en esos años como Primer Ministro y jefe de gobierno.
 
Como segundo secretario del Partido se mantiene el octogenario José Ramón Machado Ventura, uno de los “históricos” que luchó junto a los Castro en la Sierra. Si él se queda al frente del Partido, no sería ejemplo del “rejuvenecimiento” que prometió Raúl Castro en el último Congreso. En el Congreso del 2011, Castro había propuesto limitar a dos mandatos consecutivos de cinco años a los altos cargos del Estado y el gobierno.
 
“Si los cubanos creen que [Castro] y su envejecida cohorte de revolucionarios de los sesenta siguen siendo el verdadero poder detrás del trono, eso asfixiaría y deslegitimaría a la nueva y emergente generación de líderes”, dijo Richard Feinberg, profesor de economía política internacional en la Universidad De California, San Diego.
 
Incluso si Díaz-Canel asume la presidencia del gobierno, su poder estaría limitado por el de los líderes militares, casi todos de la vieja guardia, fieles a los hermanos Castro. Y luego están los hijos de Raúl Castro, sobre todo el coronel Alejandro Castro Espín — a quien su padre le creó el puesto de asesor de seguridad nacional y le encargó negociar en secreto con Estados Unidos — y que varios opositores señalan como el futuro “heredero” de un plan de transferencia de poder dentro de la misma familia.
 
“El poder va a seguir como está ahora en manos de los militares y el heredero a todas luces es Alejandro Castro Espín, en eso no hay duda ninguna. Díaz-Canel cumpliría una función similar a la que cumplió Osvaldo Dorticós 15 años o más”, comentó el opositor Antonio Rodiles, uno de los coordinadores de la campaña por la liberación de presos políticos #Todos Marchamos.
 
“Díaz-Canel es uno más”, comentó la líder del Movimiento Damas de Blanco, Berta Soler. “Raúl Castro está preparando sus hijos para que sean los que ocupen el poder y no podemos permitir eso”, dijo al Nuevo Herald via teléfonica desde La Habana.
 
En este punto Díaz-Canel está todavía demasiado a la sombra de Castro.
 
“Cuba es un país que ha sido gobernado por un sistema de hombres fuertes”, dijo Arturo López-Levy, conferencista en la Universidad de Texas, ex analista de la inteligencia cubana y primo de un yerno de Castro al frente del principal monopolio de empresas militares del país. “Por lo menos yo habría esperado que Raúl le hubiera dado más autoridad a este punto”, apuntó.
 
En lo que va de febrero, Díaz-Canel ha aparecido en la portada de Granma, el diario oficial más importante del país, en contadas ocasiones, tres de ellas en eventos locales de educación, literatura y periodismo —difícilmente el tipo de evento de alto perfil para un futuro presidente y bien lejos de la política exterior. En ese mismo tiempo, Castro recibió a una delegación iraní y al presidente de Irlanda y Machado Ventura recibió a un dirigente comunista de Vietnam.
 
López-Levy opina que Díaz-Canel parece ser “el candidato adecuado para el trabajo. Ha viajado, tiene experiencia de liderazgo en el partido, ha sido un líder provincial, tiene buenas conexiones con el ejército. Suena bien en el papel, pero en este punto se ve demasiado débil como para asumir un rol tan importante”.
 
Castro aún es quien hace las declaraciones más importantes, entre ellas la extensión reciente de una rama de olivo a la administración Trump, cuando dijo que quería mantener un “diálogo respetuoso”.
 
Un elemento clave a observar en el próximo año es si Díaz-Canel comienza a jugar un papel más relevante en la relación con Venezuela, principal aliado y benefactor de Cuba, o en las relaciones con Estados Unidos, una vez definida la política de Trump hacia la isla. Pero también hay una escuela de pensamiento que sostiene que si la relación de Cuba con el gobierno de Trump empeora, o si Trump revierte los cambios emprendidos por la administración del presidente Barack Obama, esto proporcionaría la excusa a Castro para extender su mandato como presidente o, al menos, conservar indefinidamente su puesto al frente del Partido.
 
“Mucha gente en La Habana está diciendo que si el señor Trump y compañía vuelve a las políticas de confrontación, retrocediendo en todo o en la mayoría de lo que hizo Obama, la reacción de Cuba sería decir, ‘Vamos a darle vuelta al carro’”, comentó Domingo Amuchástegui, un exanalista de la inteligencia cubana que ahora vive en Miami.
 
“Entre las generaciones de mayor y mediana edad, había una sensación de que Raúl no debe renunciar hasta que la nueva administración acepte el proceso de normalización o que si se retira, debe permanecer como primer secretario del partido”, dijo Amuchástegui, quien pasó el mes de diciembre en Cuba. “Lo que escuché los días que estuve allí fue conversaciones sobre lo que va a hacer el nuevo presidente [Trump], si va a estar retrocediendo o avanzando en la normalización”.
 
Los medios oficiales también están hilando fino cuando se trata de Trump. “Hay que notar cuán cautos y cuánta discreción muestran los medios de comunicación cubanos cuando se trata de la nueva administración”, dijo Amuchástegui.
 
Sin embargo, Feinberg cree que la gestión de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba una vez que la Casa Blanca fije su curso será menos importante en el próximo año que “gestionar la transición histórica a una era post-Castro en la isla”.
 
Rodiles, en cambio, opina que no se trata de dos cosas desconectadas entre sí. El disidente sostiene que la presidencia de Trump podría alterar significativamente los planes de sucesión en la isla, sobre todo si el plan es dejar a Castro Espín como “la persona que detrás del telón tienen los controles”, comentó.
 
“A Raúl lo que le faltaba era atar la lealtades internas a su hijo, remover de los puestos a personas de la vieja guardia y atar las nuevas relaciones con socios fuera de la isla, con empresarios y gobiernos de otros países. Ahora el problema es que todo eso ha quedado en un limbo, porque nadie va a aventurarse a establecer convenios importantes en el escenario que estamos viviendo, con la nueva administración de Donald Trump”, opinó.
 
Algunos observadores, esperan que Castro se concentre en dos áreas en su último año en la presidencia: unificar el sistema de doble moneda y gestionar la relación con Estados Unidos. Las reformas pendientes quedarían en manos de Díaz-Canel.
 
“Raúl tendrá que concentrarse en gestionar una recesión económica en un momento delicado de aumento de las expectativas y lo más importante, preparar el terreno para la era post Castro y una nueva generación de líderes más jóvenes”, dijo Feinberg.
 
El profesor anticipa que Castro enfrentará obstáculos para mantener cierta unidad “dentro de un cada vez más fragmentado Partido Comunista” mientras intenta “crear suficiente espacio de maniobra al nuevo liderazgo para establecer una visión más clara para el futuro de Cuba: un nuevo modelo económico más definido, un nuevo contrato social” que conserve resultados del modelo socialista al tiempo que permita “un modelo nuevo, con más descentralización política”.
 
Otros desafíos económicos importantes van más allá de unificar la moneda: intentar aumentar los bajos salarios estatales; gestionar la relación con Venezuela, que está en caída libre financiera; así como impulsar la inversión extranjera. La mayoría están interrelacionados y podrían ser difíciles de solucionar por Castro a corto plazo debido a la complejidad de los actuales problemas económicos de Cuba, dijo Carmelo Mesa-Lago, profesor emérito de economía en la Universidad de Pittsburgh.
 
Aunque Castro tiene más influencia política que su sucesor para emprender reformas económicas difíciles, “el momento no es bueno”, opinó Mesa-Lago.
 
“Este es un momento muy complicado en Cuba”, dijo Enrique López Oliva, profesor jubilado de la Universidad de la Habana. “La gente está desorientada. Ellos no están seguros de lo que deben hacer. Hay falta de claridad sobre lo que traerá la transición así como cuál será la relación con los Estados Unidos”.
 
“Si Trump trata de provocar un cambio en Cuba mediante presión o fuerza”, dijo López Oliva, “todo lo que hará es reforzar a los sectores intransigentes que no quieren el cambio”.

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