La violación sexual en menores, drama que se convierte en tragedia personal, íntima y secreta, jamás se olvida por las heridas indelebles que deja en la víctima y en familiares. Muchas veces, las consecuencias se arrastran de por vida. Por cada caso que sale a la luz, existen cientos que permanecen ocultos.
Se considera como abuso toda participación de un niño, niña o adolescentes en actividades eróticas que no están en condiciones de comprender y son inapropiadas para su edad y desarrollo psicosexual.
Todo atropello genital, aunque sea sin violencia física, es una forma de maltrato psicológico, que tiene alta probabilidad de producir daños en el desarrollo y la salud mental del menor, con posibles dificultades de tratamiento.
Ante los frecuentes casos, especialmente en pequeños, expertos en el tema plantean la necesidad de encarar la realidad con la prevención oportuna, y en caso de que el hecho haya sido consumado, acudir de inmediato a los especialistas para ayudar en la recuperación.
Al abordar el tema, la sicóloga y maestra de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), Isis Gómez, explica que la opresión erótica en infantes, ocurre cuando éste es sometido a experiencias que no concuerdan con su edad, como exponerlos a la pornografía, tocarlos u obligarlos a tocar partes íntimas de sus agresores.
Ante ese escenario, es importante tener presente cuáles son los indicadores de una violación, para buscar ayuda médica y sicológica”, asegura la psicoterapeuta.
El silencio de los inocentes
La experta llama la atención sobre el punto: “Es muy necesario confiar en lo que dicen los infantes, creer en sus denuncias, dado que en estos casos, ellos no mienten”, reflexiona Gómez quien añade que cuando no pueden contarlo, a veces ni siquiera tienen las palabras para hacerlo, entonces dan señales de lo que está pasando, a través de síntomas en su conducta y cuerpo.
Para la especialista, una de las secuelas peores del ser agredido, se produce cuando los adultos no creen en sus palabras y se les niega el derecho de hablar acerca de lo vivido, que es negarle la oportunidad de ventilar sus emociones.
De acuerdo a la maestra, lo recomendable es mantener el control, puesto que un desliz de los padres crea doble culpa en el afectado. Lo más honesto es preguntarle qué quiere que se haga y en caso de preferir el silencio, atender a su súplica y decirle que no se hará nada por el momento; lo cual significa, no obstante, concientizarlo y sensibilizarlo para que el culpable sea denunciado y castigado.
Secuelas
“Hay chicos alegres que se vuelven introvertidos y pierden etapas evolutivas y también hay que estar atentos a las conductas muy sexualizadas, como el exhibicionismo o los intentos de tocar los genitales de otras personas, incluyendo otros menores”, precisa.
Para Gómez, es importante que antes de vivir una situación tan triste como esta, haya entre los padres y los hijos una comunicación, puesto que el golpe emocional les genera una gran pérdida de confianza hacia los demás y crea gran confusión en su entorno.
Estudios sobre la problemática dan cuenta de otras consecuencias que sufren los menores ante ese hecho, como baja autoestima, poco rendimiento escolar, mala relación con los compañeros, comportamiento carnal inadecuado para su edad, regresión a un estado de desarrollo anterior (por ejemplo pueden orinarse sin tener control de ello).
Además, estar retraídos, aislados, negarse a ir a un lugar o relacionarse con alguien, lo cual podría confundirse con un capricho; pero hay que indagar sobre la razón por la cual no desea ir a cierto sitio o tener relación con determinada persona”, aseguró la sicóloga.
Los chiquillos se vuelven inseguros, sufren de angustia de separación, desarrollan una discriminación hacia el género que les abusó. Aunque depende de la gravedad y la frecuencia del hecho, Iris Gómez considera que en esos casos la ayuda psicológica es primordial para apoyarles en su recuperación: “Se debe hablar calmadamente, sin mostrar desagrado o alarma, y nunca implicar juicio de culpa”, alega.
De acuerdo a estadísticas del el Consejo Nacional para la Niñez (Conani), desde 2006 hasta el 2010, en los tribunales de Niños, Niñas y Adolescentes hubo 1, 286 casos por violación sexual a menores.
En el 2006 hubo 167 casos de violación sexual; 255 en el 2007; mientras en 2008 hubo 314; 289 en 2009; 264 en el 2010; en tanto que en 2011-2012, se cuantifican 76 casos.
La realidad es que el problema existe y debe ser reconocido e identificado para afrontar esta problemática social, cuyo daño físico y emocional puede ser devastador y las consecuencias del acto alterarían el curso normal del desarrollo evolutivo de las pequeñas víctimas.
