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Boxeador recibe paliza y expulsado del ring

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Era apenas su segundo combate fuera de su natal Japón y su primer combate por un título mundial.
 
Pero de frente tendría al campeón súper ligero de Federación Internacional de Boxeo (FIB) y la Organización Internacional de Boxeo (OIB), el ruso Eduard Troyanovsky, un púgil con una pegada demoledora que había anestesiado a 21 de los 23 oponentes que había enfrentado anteriormente y que, frente a su gente en Moscú, lucía casi invencible.
 
Así fue.
Obara, quien llegó como retador número uno al título de la FIB, intentó imponer su tren de pelea y pareció conectar buenos golpes en los primeros tres minutos del encuentro.
 
Pero en el segundo asalto, la historia cambió para siempre.
 
Un volado de derecha del local aterrizó sin piedad en la cabeza del japonés, quien de inmediato sintió cómo sus piernas se convertían en fideos recién hervidos.
 
Tambaleante, intentó campear el vendaval de golpes que se le venía encima pero poco pudo hacer ante la fiera pegada de Tryanovsky. En segundos, el ruso le atestó tres, cuatro, cinco combinaciones de golpes que Obara jamás pudo detener y su cuerpo simplemente sucumbió.
 
Pero lo hizo de la peor manera: se fue entre las cuerdas y su cuerpo cayó de espaldas al pavimento, con una panorámica perfecta de las luces del coliseo Krylia Sovetov.
 
Troyanovsky ya celebraba con una voltereta en el medio del cuadrilátero cuando el árbitro ordenó que la pelea siguiera.
 
Sí, señores. Tambaleante, con los pantalones a medio muslo y posiblemente sin saber dónde estaba y qué hacía ahí, el nipón subió a duras penas las escaleras en la faldeta del ring y volvió a pararse frente al campeón.
 
Segundos después, otro aguacero de golpes aterrizó en su anatomía y el árbitro -ahora sí- detuvo el desigual combate.
 
Troyanovsky retuvo sus dos títulos y elevó su récord a 24-0 con 22 nocáuts. Obara, por su parte, sufrió apenas su segunda derrota frente a 19 triunfos.
 
Sin duda, no será la última vez que Obara busque coronarse rey de su división, pero por el momento, cada vez que le mencionen a Rusia, no pensará en el vodka ni en la danza cosaca.
 
Se acordará de la noche que pasó entre las cuerdas y vio las luces del coliseo de Moscú de espaldas en el pavimento.

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