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Turismo no deseado en Barcelona

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Barcelona.- Un grupo de 12 turistas vestidos con ropa de verano en plena primavera sigue obediente las instrucciones de su guía. Parecen animados, hablan entre ellos —en inglés— y se toman fotos con sus celulares de última generación. Sonríen. Clic, clic. Suben por las escaleras mecánicas de la Baixada de la Glòria, uno de los principales accesos al Park Güell.
 
Son las 10 de la mañana de un día soleado y fresco. A estos turistas se les congela la sonrisa cuando en la esquina con la calle Sostres, unos metros antes de llegar al parque, se topan de frente con un graffiti pintado en un muro que les da una dudosa bienvenida: “Tourist go home”.
 
El Park Güell, diseñado por el reconocido arquitecto del modernismo Antoni Gaudí, es uno de los monumentos más visitados por los 30 millones de personas que llegan a Barcelona cada año. Y la cifra no para de crecer.
 
Gaudí, hates you Contra esa marea incesante e incontrolable de turistas se dirigen los mensajes que han aparecido en los últimos días en las paredes y en el mobiliario urbano del barrio de Vallcarca, al norte de la ciudad. “No more turist”, “Gaudí hates you” o “Tourism kills the city” son otras de las frases antiturismo que también se pueden leer cuando se camina por estas calles. Unos mensajes que elevan aún más la temperatura de un conflicto que desde hace unos años se ha instalado en Barcelona: los efectos negativos del turismo descontrolado.
 
Un día me desperté y las pintas estaban allí. No entiendo quién ni para qué las hicieron”, dice a Excélsior extrañado Josep Vila, un vecino de este barrio que todas las mañanas, desde el balcón de su casa en el número 21 de la calle Sostres, observa el río de personas que transita como en procesión por estas calles para llegar a uno de los templos del turismo de esta ciudad, el Park Güell.
 
A Josep no le molesta el exceso de visitantes, dice, “mientras no entren en mi casa”, pero reconoce que el turismo le ha cambiado el rostro al barrio en el que vive desde hace cuatro décadas: “Las tiendas de toda la vida han desaparecido y se han impuesto las tiendas de souvenirs”. No hace mucho, Vallcarca era un barrio tranquilo de casas viejas y edificios bajos y hoy —recuerda este vecino sexagenario— donde antes había una panadería o una carnicería venden imanes de I Love Barcelona o camisetas piratas del Barça. “Esto ha cambiado mucho”, añade con cierta resignación.
 
Un turismo que preocupa
Pero en Barcelona no todos los vecinos se resignan a que una muchedumbre les impida cruzar su propia calle, o a que el comercio tradicional desaparezca y donde antes había un zapatero hoy haya un negocio de renta de bicicletas o a la preocupante pérdida de vecinos en los barrios más castigados por el alza de los precios de la renta, como por ejemplo en el Barrio Gótico, donde en los últimos años se ha perdido 17% de población.
 
Por eso, la frase “Turistas vuelvan a casa” es ya un clásico de la protesta antiturismo en Barcelona. En los últimos años, las manifestaciones en contra del turismo masivo se han incrementado al mismo ritmo que la sensación de hastío por parte de algunos sectores de la sociedad. Según la última encuesta de servicios municipales del Ayuntamiento de Barcelona, el turismo es ya la segunda preocupación para los ciudadanos, sólo después del desempleo. Hasta hace poco era la novena.
 
¿Turismofobia?
Agustí Colom, concejal de Turismo y Empresa del Ayuntamiento de Barcelona, reconoce a este diario que el turismo masivo está generando un cierto malestar social, pero asegura que están trabajando para corregir el impacto. Y pone dos ejemplos: “la lucha contra los pisos turísticos ilegales y la implementación de una nueva tasa turística”.
 
Para el Gremio de Hoteles de Barcelona las políticas del gobierno municipal no son suficientes y los acusa de “crear un clima” y “un discurso” que favorece y fomenta la turismofobia. Manel Casals, director de este gremio, plantea a Excélsior que “no vale demonizar el turismo”. Por el contrario, invita a “hablar de sus muchas bondades”, como por ejemplo que es una industria que representa 15% del PIB de la ciudad y que genera más de 150 mil empleos.
 
Desde el gobierno local no quieren hablar de turismofobia, pero el concejal Colom acepta que los ciudadanos perciben el turismo con “ambivalencia”: por un lado valoran el turismo como positivo y al mismo tiempo creen que en determinados barrios se ha llegado al límite.
 
Los ojos de la Barceloneta
Uno de esos barrios al límite es la Barceloneta, que en muy poco tiempo ha pasado de ser una zona de pescadores, popular y degradada, a estar prácticamente invadida por el turismo que busca sol, playa y fiesta.
 
Un testigo privilegiado de esta transformación ha sido Vicens Forner, un veterano fotógrafo que con la cámara colgada al cuello se pasa buena parte del día patrullando por las calles de este barrio en el que nació hace 68 años al igual que cinco generaciones de su familia.
 
Además de ser los ojos y la memoria de este barrio, Vicens es el artífice de una foto que en el verano de 2014 dio la vuelta al mundo: unos turistas desnudos saliendo de un pequeño supermercado del barrio. Aquella imagen puso al descubierto un fenómeno que las autoridades locales se negaban a reconocer: la Barceloneta había sido tomada por un turismo incívico, de borrachera; por el ruido, la especulación inmobiliaria y el descontrol de los departamentos turísticos.
 
La foto que encendió la chispa
La chispa de la protesta se encendió en un clic. La difusión de la imagen hizo que los vecinos salieran a las calles para exigir una solución al problema, pero tres años después de aquella fotografía, la situación no es muy distinta. Forner considera que el “todo vale” con los turistas es el principal obstáculo. “A aquellos chavales desnudos alguien les dijo que podían hacer eso en Barcelona y no en Francia o en Italia”, señala a este diario.
 
Al calor de los Juegos Olímpicos del 92, la Barceloneta, al igual que gran parte de la capital catalana, sufrió una gran transformación. La zona se revalorizó y las inmobiliarias pusieron la mirada en este barrio con pequeñas viviendas de renta antigua. La consecuencia: vecinos desplazados por otros de mayor poder adquisitivo. Y los dueños de los departamentos cayeron en la tentación de rentabilizar su propiedad: de cobrar 100 euros al mes pasaron a ganar  100 euros al día.
 
Yo estoy a favor del turismo pero en contra de la especulación y sobre todo de la permisividad que las autoridades tienen con el turista”, suelta Vicens mientras caminamos por las calles del interior donde se recupera el pulso del barrio que siempre ha sido. Con la ropa tendida hacia la calle, con la gente sentada en las banquetas, con las mujeres hablándose de balcón a balcón.
 
Morir de éxito
Cuesta pasear con Forner sin que la gente le salude. En la Barceloneta todo mundo lo conoce. Y él conoce a todos. Lo ha retratado todo: tiene un archivo digital de más de medio millón de fotografías. Con la lente de su cámara ha capturado las huellas de ese mundo que desaparece ante sus ojos. Le cuesta reconocerlo, pero dice que “el turismo es el único medio económico que tiene esta ciudad”. Por eso se resigna y sabe que hay que convivir con él.  “La Barceloneta antigua, la auténtica, esa que la gente no quiere que desaparezca ya es impensable, tenemos que ir hacia delante, no podemos quedar como un parque jurásico”, concluye.
 
Ni como un parque jurásico pero tampoco como un parque temático. Barcelona se enfrenta a uno de sus mayores desafíos: no morir de éxito. Por eso Barcelona hoy intenta lograr un complicado equilibrio entre los intereses de la poderosa industria del turismo y los de los vecinos para no terminar enfermando del llamado síndrome de Venecia, el lugar paradigmático de como el turismo es capaz de convertir una ciudad en un decorado para turistas.

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