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¿Solitario social o emocional? La salud de uno de los dos está en peligro

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Estamos rodeados de solitarios. Solo hay que fijarse en el comensal que, a diario, come sin compañía, en los turistas que se van de vacaciones en completa soledad, en quienes añoran la cola del supermercado para entablar una conversación.

A veces el solitario es uno mismo, cuando desborda un estado emocional «que podría relacionarse con nostalgia, melancolía, morriña, añoranza, desamparo, abandono, sensación de fracaso y tristeza de forma más genérica», según la definición del psicólogo, psicoterapeuta e investigador Marc Ruiz. Pero la soledad no siempre tiene esos colores apagados, no es mala por sí misma. Comer sin más compañía que el diálogo interior o reflexionar a solas en un país extranjero no tienen por qué ser situaciones negativas.

«En función del contexto podemos ansiar la soledad para concedernos el placer de desconectar del estrés diario», dice Ruiz, y ahí está la clave. Hay que mirar más lejos para saber cuándo la soledad es un problema, uno que puede mermar la salud, de las personas, que es justo lo que hizo un equipo de investigadores de Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos.

Los científicos ahondaron en las profundidades de este sentimiento y descubrieron algo sorprendente: cuando la soledad se clasifica en subtipos se duplica el número de personas que reconocen sufrirla. Y no son pocas; la mitad de los españoles admite haber experimentado en algún momento cierta sensación de soledad, y más de cuatro millones se sienten solos con mucha frecuencia, según datos del estudio La soledad en España.

La clave para conocer qué puede esperar uno de sus momentos de soledad está en el trabajo del equipo internacional de investigadores, que reafirma las teorías que dividen este sentimiento en dos tipos: la soledad social, que se distingue por la falta de satisfacción en la cantidad de relaciones sociales, y la soledad emocional, que es la insatisfacción por la calidad de las relaciones humanas, por «el tipo de vínculo o relación que tenemos con las personas de nuestro entorno», explica Ruiz. Todo apunta a que el último tipo «predice una peor salud psicológica», afirma el psicólogo.

Los solitarios viven menos

Un sentimiento dañino pero también ansiado en ciertos momentos, buscado o evitado… La soledad se manifiesta la soledad de maneras diferentes, incluso es una necesidad para algunas mentes, pero, ¿cómo la sentimos? Ruiz revela que, en su práctica clínica, cerca del 80% de sus pacientes señalan la soledad entre sus cinco temores principales pero que, al ser un sentimiento subjetivo, los solitarios tienen distintas maneras de vivirla. Y eso determina la manera en que se percibe desde fuera.

«Nuestro contexto, nuestra historia vital, nuestras vivencias traumáticas, qué valoraciones hacemos de esa soledad, cómo se ha gestado, qué tipo de relaciones tenemos, cómo respondemos ante estas variables… todo esto determina cómo la vivimos y son indicadores que facilitan, o no, manifestaciones clínicas como la depresión mayor y el trastorno de ansiedad generalizada», explica.

En todo caso, el estudio sobre los solitarios sociales y emocionales saca a relucir que la soledad es un problema de salud pública. Las viviendas ocupadas por una sola persona son el tipo de hogar de crecimiento más rápido en todo el mundo. La tendencia demográfica muestra una natalidad a la baja en España, donde el declive demográfico ha alcanzado su máximo histórico, igualando datos de 1941.

Los matrimonios siguen extinguiéndose y el uso de la tecnología está afectando de manera casi inexorable nuestra capacidad de formar «tribus» y comunidades de apoyo reales. «Viendo los datos del estudio, es innegable que la soledad es un factor de riesgo de la salud mental», asevera el psicoterapeuta Marc Ruiz.

Pero no es una conclusión nueva para los científicos. Un estudio de 2016, publicado en la revista American Journal of Public Health, midió el impacto del aislamiento social, la soledad y la mortalidad para conocer las consecuencias de ser una persona solitaria. Los investigadores analizaron una muestra de casi 9.000 adultos finlandeses a lo largo de 17 años, y concluyeron que tenían pruebas sólidas para afirmar que el aislamiento del entorno estaba relacionado con la mortalidad. Los resultados implican que el riesgo de mortalidad existe a lo largo de un continuo, que afecta no solo a aquellos que experimentan un aislamiento social extremo, sino también a aquellos que sufren aislamiento de intensidad leve a moderada. Y cada vez hay más gente sola.

Y en un metaanálisis de 2015, los científicos vieron que el aislamiento social está asociado con un mayor riesgo de mortalidad temprana, independientemente del género y de la región del mundo que se estudie. Tanto de este estudio como de un experimento que hizo la BBC se desprende un dato chocante: las personas que se sienten más solas tienen menos de 65 años de edad. Según las cifras recogidas por la BBC, procedentes de 55.000 personas, «el 40% de los jóvenes de 16 a 24 años dijeron que a menudo o muy a menudo se sentían solos, en comparación con el 27% de los mayores de 75 años».

Asimismo, en un artículo publicado en la revista Harvard Business Review, el cirujano americano Vivek Murthy escribió que «la soledad y las conexiones sociales débiles se asocian con una reducción de la vida similar a la causada por fumar 15 cigarrillos por día e incluso mayor que la asociada con la obesidad «.

Soluciones emergentes, y un consejo profesional

«La soledad es quizá uno de los principales retos de nuestro tiempo», reflexiona el presidente de la Fundación Psicología Sin Fronteras y vocal del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, Guillermo Fouce. El experto señala como factores desencadenantes de esta soledad la manera como interaccionamos en el siglo XXI: «El aumento del individualismo, que cada uno vaya a lo suyo, el miedo al otro y a lo diferente…» Y propone como una de las posibles soluciones la intervención social para generar redes de apoyo, ya que este «es, quizá, el factor que más explica la famosa resiliencia o resistencia ante la adversidad o superación de las dificultades». En este sentido, ya hay grupos en pequeñas administraciones y alcaldías en nuestro territorio que trabajan en esta dirección. A una escala más grande, la primera ministra británica, Theresa May, anunció el nombramiento de un ministro de la Soledad, el año pasado.

Por su parte, el psicoterapeuta Marc Ruiz reconoce la complejidad de enumerar soluciones mágicas, ya que dependen mucho de la particularidad de cada caso, precisamente por la cantidad de variables que pueden interferir en ese sentirse solo. «¿Hablamos de un chaval del 18 años que sufre bullying y todos sus iguales se han apartado de él, o hablamos de una mujer viuda de 80 años que únicamente compartía su vida con un marido al que amaba profundamente?», se pregunta.

Con estos dos ejemplos se pone de manifiesto lo radicalmente distintos que pueden ser los casos en los que una persona sufra soledad, y el daño que puede hacer.

«Esas diferencias resultan determinantes a la hora de abordar un caso. Simplemente la edad ya es un factor determinante. Dicho esto, una recomendación generalista, de las que no soy muy amigo, sería cuidar mucho la calidad de las relaciones. En vez de acumular amistades huecas en redes sociales, cuidemos a las personas que están a nuestro alrededor. Yo, personalmente me muevo mucho en redes sociales y las personas más importantes para mí, no están ahí dentro», concluye el experto.

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