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El crimen se dispara en PR como secuela de María

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El huracán María partió en dos la vida diaria en Puerto Rico, pero no ha detenido los delitos y crímenes, convertidos en una plaga en la isla que ya llevaba largo tiempo azotada por problemas económicos y por la pobreza.

En el tranquilo barrio de Río Piedras, Jessica Rojas trabajaba esta semana en un restaurante Subway cuando dos jóvenes vestidos de negro irrumpieron violentamente por la puerta pidiendo dinero a gritos.

“¡Esto es un asalto!”, dijo uno de ellos.

Rojas alertó a un policía que estaba fuera de servicio y trabajaba como guardia de seguridad y de inmediato se desató una balacera. Rojas se lanzó al suelo, mientras uno de los ladrones resultó gravemente herido y el otro escapó. Un hombre que estaba con su esposa en el local recibió un balazo.

“La cosa está muy mala”, dijo Rojas, de 42 años, que antes había vivido en Hollywood, Florida. “No es fácil vivir sin agua y sin luz. Me parece que todo eso está dándole a la gente motivos para robar. Y se está poniendo cada día peor. Necesitamos más policías”.

Los trabajadores de una organización llamada Mountain Point (Punto en la Montaña) proporcionan a quienes utilizan drogas paquetes de jeringas limpias, toallitas antibacterianas y rollos de gasa. Pero el suministro es cada vez menor. Su objetivo después de la tormenta es mantener a los adictos a las drogas en Puerto Rico libres de enfermedades mortales que podrían contraer al inyectarse.

Más de un mes después que el huracán María devastara la isla, la abrumada fuerza policial de Puerto Rico (que apenas cuenta con 13,000 agentes) está pasándola negra para controlar los delitos, ahora trabajando más horas, enfrentada a delincuentes endurecidos y sin escrúpulos y con las calles sumidas en una oscuridad total.

“Ahora es más fácil entrar en una casa o en un negocio. No hay alarmas, ni sistemas de teléfonos. Todo está oscuro. Los maleantes están aprovechando la tremenda crisis que vive Puerto Rico”, dijo el agente Heriberto Soto, durante una patrulla nocturna donde debió atender llamadas por un robo con disparos, un desamparado robando el cobre de los cables eléctricos caidos y una persecución a alta velocidad de sospechosos armados.

El futuro de las fuerzas del orden parece ensombrecido. El departamento de policía ha perdido unos 4,000 agentes en los últimos cinco años y, debido a la crisis económica que atraviesa la isla, no puede contratar nuevos reclutas en un futuro inmediato. Cientos de soldados y guardias de seguridad están ayudando temporalmente, pero los atracos, los asesinatos y el narcotráfico han alcanzado niveles que en cualquier otra parte resultarían alarmantes, pero que aquí son trágicamente normales.

Un mes después de que María asolara la isla, ha habido no menos de 34 asesinatos. La tasa de delitos lleva años fuera de control, a un ritmo enloquecido, dijo Héctor Pesquera, superintedente de la policía. Y las autoridades les han dado muy pocos recursos a las fuerzas del orden del país, agregó Pesquera.

“Estábamos mal antes de la tormenta”, dijo Pesquera. “Pero, yo diría que ahora nos encontramos en una peor posición”.

Los delitos en Puerto Rico, que llevan mucho tiempo siendo un serio problema, se han visto exacerbados por la deuda de $74,000 millones que ha lanzado a muchas instituciones estatales a la pobreza, dejado sin empleo a miles de personas y a miles de ciudadanos que han decidido a irse a la Florida y a otros estados, en busca de una vida mejor.

En el pasado, el departamento de policía de la isla también se ha visto afectado por alegaciones de mala conducta ética y algunos arrestos por corrupción. En el 2011, antes de que Pesquera fuera contratado para tratar de hacer reformas en la institución, el Departamento de Justicia de EEUU encontró un largo patrón de violaciones de derechos civiles que han terminado por contaminar todos los niveles de la fuerza pública.

Todavía peor es el hecho de que Puerto Rico se ha convertido en un importante punto de tránsito para para el narcotráfico, con cocaína y otros narcóticos llenando la isla, lo que desata más violencia en ciudades y pueblos.

En abril, las autoridades federales acabaron con una pandilla que movía $4 millones en drogas desde el propio Aeropuerto Internacional de San Juan, donde se descubrió quie había implicados empleados, trabajadores de restaurantes y personal de varias líneas aéreas que se las agenciaban para contrabandear las drogas en los aviones. El jefe del grupo era un notorio capo de la droga puertorriqueño que tiene como mascota un tigre de Bengala, y de ahí el apodo con que lo conocen: “Tony el Tigre”.

En una isla que tiene 3.4 millones de habitantes, el año pasado se reportaron 670 homicidios, un marcado aumento con relación al 2015, aunque un número menor que la cifra de 1,164 que hubo en el 2011. Como contraste, vale decir que el Condado Miami-Dade, con una población de poco más de 2.6 millones de habitantes, reportó 235 asesinatos en el 2016.

Y muchas más personas son víctimas de asaltos y robos. La semana pasada, la policía puertorriqueña informó sobre una serie de robos de autos, incluido uno en el estacionamiento del Centro de Convenciones donde están estacionados funcionarios gubernamentales y periodistas, junto con el robo de docenas de galones de combustible para un generador de un supermercado de San Juan, y el tiroteo de cuatro mujeres en una intersección a media tarde.

El martes por la noche, en un barrio residencial en Río Piedras, un hombre recibió un disparo en la pierna luego de decir que un auto lleno de ladrones lo confrontaba. Una puerta de control remoto estaba abierta debido a la falta de electricidad. Los ladrones se fueron con las manos vacías y uno de ellos perdió su zapatilla Nike roja en el pavimento.

“Sucede a diario, y ahora, aún más”, dijo Soto, mientras él y su compañero José Baerga se dirigían hacia la escena.

Era una noche típicamente calurosa en Río Piedras, una extensa sección de San Juan. Para Soto y Baerga, las secuelas del huracán solo han agregado desafíos a un trabajo que ya era difícil. Río Piedras solía tener más de 60 agentes en un turno. En estos días, incluso cuando los policías trabajan turnos extra de 12 horas, el número de agentes es normalmente de unos 25. Los autos patrulleros son viejos y carecen de computadoras portátiles y cámaras de seguridad usadas por muchos patrulleros en Estados Unidos continental.

La patrulla de la tarde los llevó a los lugares habituales. En la plaza contigua a la iglesia católica Señora del Pilar, donde las ventas de marihuana sintética se reanudaron pocas horas después de la tormenta, los traficantes se sentaban en la oscuridad en sillas de patio o en cubos.

Tres clientes jóvenes se balanceaban sentados en el borde de una fuente, con la cabeza caída, en un estado de estupor producido por la droga, y ni siquiera el sonido de la sirena de la policía los agitaba. Uno de ellos tenía apenas 14 años, dijo Soto.

“Lo he tratado antes. Es una pena. Es solo un niño”, dijo Soto, que lleva 25 años en el departamento.

Muchos compran cocaína en la calle William Jones, donde el bar El Coquí es famoso por los asesinatos vinculados con el alcohol. Los consumidores de heroína se meten en desvencijadas chozas en un solar conocido por la policía como “The Shooting”, y se desatan violentas confrontaciones en algunos de los proyectos de viviendas públicas del barrio.

Cuando Soto y Baerga entraron en la oscuridad a un proyecto de viviendas, los niños gritaban “¡Agua! ¡Agua! ¡Agua!”, como una clave para alertar a los residentes de que los policías habían llegado.

En la noche incluyó calmas prolongadas interrumpidas por ráfagas de llamadas y paradas de tráfico. Poco después de la medianoche, un oficial vio a un Hyundai Veloster blanco sospechoso. Un informante le dijo a la policía que un automóvil similar estaba siendo utilizado para transportar armas de fuego. El Hyundai chirrió, llevando a los agentes a iniciar una persecución que alcanzó más de 100 millas por hora hasta que finalmente se detuvo frente al centro comercial Plaza Las Américas.

Los agentes rodearon el auto. “¡Pongan las manos donde pueda verlas!, ¡Arriba!, les gritó Soto a los tres jóvenes en el auto. “Apaguen el auto”.

Con un ladrido, un perro de la policía alertó a los agentes que había –o hubo– un arma dentro del auto. Pero un registro no reveló nada.

“Probablemente la arrojó durante la persecución. Duró 15 minutos”, dijo Soto.

A pesar de la persecución a alta velocidad, el chofer, que juró que no había escuchado la sirena ni había visto las luces, no fue arrestado. Se asignarán detectives para darle seguimiento al caso.

Soto y Baerga se montaron de nuevo en su auto para patrullar la noche por otras seis horas.

“Obviamente nuestros agentes están cansados. Han estado trabajando sin descanso desde Irma”, dijo Pesquera, el superintendente de la policía. “son muy dedicados. Se sienten muy orgullosos. Este es su puesto. Estar cansados no entorpece su trabajo”.

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